A pesar de lo que diga el ministro del Interior, las redadas indiscriminadas contra los inmigrantes, siguen. He sido testigo de una de ellas a la salida de un metro de Barcelona y conozco a familias que ya están afectadas por esa caza que practica la policía. Me consta que no por voluntad propia, sino que responde a una política general, y esto es inhumano e injusto.
Aquí se ha pasado de un Gobierno que celebraba la inmigración, el “aquí caben todos” y se esforzaba en cantar todas sus ventajas, a la persecución pura y dura. ¿Qué ha cambiado entre una y otra situación? La crisis económica, y para ser más exacto, el paro.
Ahora, el Gobierno de Rodríguez Zapatero se da cuenta, porque ha chocado contra la crisis, que su política cortoplacista favorable a la entrada masiva de inmigrantes, que alimentaba las bases de un crecimiento basado en la construcción y el aumento del mercado interior, constituye un error. Una equivocación que viene de antes, al haber apostado por la continuidad más allá de lo razonable, por un modelo económico que jugaba simplemente al enriquecimiento desmesurado de unos pocos, y quien lo dude que recuerde la lista que sacó Forbes en 2007 (VER ENLACE), plagada de multimillonarios españoles que habían hecho su fortuna, la mayoría de ellos, negociando con una necesidad básica: la vivienda.
Zapatero consiguió la medalla de latón al presentar importantes crecimientos del PIB, y así poder decir que sobrepasábamos a Italia y pronto lo haríamos con Francia. Pero al mismo tiempo el salario medio permanecía estancado y la pobreza relativa se situaba en un 19%, una cifra insólitamente alta después de tantos años de crecimiento económico.
La bienvenida entonces a los inmigrantes, revestida de falsa solidaridad, solamente obedecía a que el Gobierno servía así a determinados y muy concretos intereses económicos a quienes esta mano de obra barata favorecía. Ahora se intentan deshacer de ella por métodos policíacos, deteniendo gente en la calle e intentando expulsarla. Los inmigrantes son vistos, no como seres humanos, como fines, sino como simples medios, de usar y tirar.
Este es un indicador más de la miseria moral que poco a poco ha ido llenando los intersticios, el funcionamiento de buena parte de la sociedad, de sus instituciones, y que tiene no un único, pero sí, un responsable destacado en el Gobierno de Rodríguez Zapatero, porque sin él nada de todo esto podría haber alcanzado la dimensión que hoy posee.
Para acentuar más la presión, se intenta ahora forzar a las organizaciones que ayudan a los inmigrantes, y que son en su inmensa mayoría católicas, a que se conviertan en una especie de controladores sobre la situación legal de las personas a quienes ayudan, ya que de lo contrario puede incurrir sobre ellas graves sanciones. Es un intento de apretar todavía más la tuerca, al que debemos oponernos con la misma fuerza y energía con la que nos oponemos a las restantes grandes rupturas morales.
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