Es fácil detectar a los que acaban de llegar al refugio para inmigrantes
en esta localidad, en este diminuto parche de España en el norte de
África.
Un hombre pasa cojeando en muletas con un yeso en el tobillo. Otro
tiene un brazo vendado en un cabestrillo. Abbdol Cisse, de 19 años de
edad, tenía puntadas en la cara. “La Policía de Marruecos nos estuvo
arrojando piedras, a la cabeza”, dijo Cisse en fecha reciente,
explicando sus heridas. “Ellos tenían barras metálicas, y nos pegaron en
las piernas mientras nosotros trepábamos”.
Hace 10 años, España invirtió más de 30 millones de euros elevando las
barreras alrededor de Melilla y Ceuta, sus dos enclaves rodeados por
Marruecos en la costa norte de África, que ofrece las únicas fronteras
de tierra entre la promesa de Europa y la desesperación de África.
Durante un tiempo, todo parecía indicar que la inversión funcionaba.
Pero, durante el año pasado, grandes grupos de inmigrantes subsaharianos
han estado lanzándose contra las filas de las vallas de malla ciclónica
de poco más de seis metros de altura aquí con frecuencia creciente o
intentando nadar alrededor de ellas, creyendo, con buena razón, que si
tan sólo logran pasarlas, terminarán finalmente en Europa.
A menudo ellos terminan heridos, no sólo de las caídas y el nuevo
alambre de metálico de afiladas puntas que se colocó, sino a manos de
las autoridades marroquíes y españolas que intentan detenerlos.
Este mes, la Policía militar española en Ceuta, ante aproximadamente
250 inmigrantes saltando las vallas o nadando cerca de la costa, disparó
balas de goma al agua, generando la indignación de funcionarios de la
Unión Europea y activistas por los derechos humanos.
Aún no está en claro si los oficiales de la Guardia Civil golpearon a
los inmigrantes o si se ahogaron en la aglomeración. Sin embargo, hasta
ahora se han recuperado 15 cuerpos del agua.
Al principio, funcionarios españoles negaron la existencia de tiroteo
alguno. Desde ese momento, ya reconocieron que se dispararon balas,
haciendo que surjan interrogantes sobre qué acciones exactamente son
apropiadas para lidiar con inmigrantes que no representan una amenaza
inmediata e impulsando a Cecilia Malmstrom, la comisionada de la UE de
asuntos internos, a exigir “aclaraciones” de las autoridades españolas.
Es una cuestión que ha perseguido a Europa durante años, a medida que
inmigrantes –huyendo de guerras o meramente en busca de un futuro mejor–
han intentado penetrar sus fronteras, a veces muriendo en diminutos
botes con rumbo a las Islas Canarias, parte de España, o la isla
italiana de Lampedusa, a veces intentando caminar de Turquía a Grecia o
Bulgaria. O, como están haciendo ahora, en una carga sobre las vallas de
estos enclaves, encontrando incluso las entradas más pequeñas a Europa.
Funcionarios españoles, quienes no han sonado particularmente contritos
con respecto a las acciones en la frontera, ahora ya apelaron a la
Unión Europea pidiendo ayuda, incluyendo de tipo financiera, aduciendo
que la pesada carga de proteger las fronteras de España no debería ser
solo suya.
Ellos también están considerando cambios a las leyes de inmigración
para facilitar la expulsión inmediata de inmigrantes que logren
efectivamente superar las vallas.
“La ley no está diseñada para eventos como las estampidas en Ceuta y
Melilla”, dijo el ministro del Interior Jorge Fernández la semana
pasada. En últimas fechas, vehículos militares recorren los caminos
cercanos a la valla alrededor de Melilla, al tiempo que helicópteros
sobrevuelan el área, en constante patrullaje.
El refugio aquí está tan hacinado, que hombres como Cisse duermen en
literas triples, 15 de ellas en un espacio no mayor a una habitación de
un dormitorio universitario. Incluso así, su emoción difícilmente pasa
inadvertida porque van bien encaminados a obtener lo que esperaban.
La mayoría ha tenido brutales jornadas y ahora probablemente pase un
año o más en el centro de inmigración, mientras se procesan sus
solicitudes de asilo. Pocos obtendrán ese estatus. Sin embargo, la
mayoría terminará siendo transferidos al territorio continental antes de
que les entreguen una orden para salir de España.
La mayor parte de estos inmigrantes no pueden ser deportados porque
España no tiene tratados con muchos de los países de los que ellos
vienen. Así que, en un giro que ha frustrado los esfuerzos de Europa por
asegurar sus fronteras durante ya varias décadas, muchos de quienes
logran llegar a Melilla y Ceuta serán libres en su mayoría de permanecer
en España u otras naciones europeas que les ofrezcan la perspectiva de
vidas mejores.
Al anunciar que España instalaría alambrada de navajas sobre las vallas
fronterizas el otoño pasado, el gobierno español informó que el número
de inmigrantes que intenta escalar las vallas había subido
aproximadamente 50 por ciento a comienzos de 2013. Cifras recientes
confirman eso.
El año pasado, por tierra llegaron 4,235 inmigrantes, comparado con
2,841 el año previo, informaron funcionarios del gobierno. En las
últimas semanas, los ataques han continuado con regularidad, al tiempo
que los hombres a veces usan guantes de fabricación casera para
protegerse las manos.
El pasado lunes, otro grupo, armado con palos y piedras, atacó las
vallas de Melilla, 100 personas exitosamente. Sin embargo, muchos de los
intentos fallan. Por ejemplo, fuerzas marroquíes arrestaron a 96 de los
que intentaron treparse el lunes, de los cuales 14 fueron
hospitalizados.
Abundan las acusaciones en el sentido que las fuerzas españolas de
hecho están devolviendo a los inmigrantes a Marruecos, incluso cuando
ellos llegan exitosamente a suelo español y tienen derecho a solicitar
asilo.
“Oímos eso todo el tiempo”, dijo Isabel Torrente, la directora de la
Asociación Melilla Acoge, grupo en defensa del inmigrante. “Los
inmigrantes solían ocultarse cuando venían por la valla. Pero, ahora,
están desesperados por ser visibles. Trepan a un poste de luz para que
así la gente los vea y no puedan ser enviados de vuelta”.
Pasar por las vallas no es la única ruta para entrar a los enclaves.
Los expertos dicen que las mujeres subsaharianas tienden a venir en
botes. En fechas más recientes, los enclaves también han atraído
crecientes números de sirios, quienes, debido a que se parecen más a los
marroquíes locales y con frecuencia tienen algo de dinero, son capaces
de comprar o alquilar pasaportes marroquíes y meramente caminar
tranquilamente a través de la frontera con otros jornaleros.
Sin embargo, una vez aquí, lo último que han hecho es estar tranquilos.
En fecha reciente, más de 100 sirios, incluyendo niños pequeños,
acamparon en el parque frente al Ayuntamiento de Melilla, reacios a ser
conducidos al refugio sobresaturado, en la profundidad de un área
aislada de este enclave, alrededor de una quinta parte de Manhattan.
Después de un tiempo, a los sirios les ofrecieron refugio junto a la
mezquita y cementerio musulmán de la localidad, donde siguieron
acampando, pese a los intimidantes vientos que barren a esta región
durante el invierno.
Muchos pertenecían a la clase media antes de que estallara la guerra en
Siria. Muchos habían vagado durante casi dos años, intentando llegar a
Europa. Con el tiempo, España accedió a mudar a un grupo de
aproximadamente 125 sirios al territorio continental mucho más
rápidamente que a otros inmigrantes.
La noche antes de que abordaran un trasbordador a España a finales de
enero, algunos alquilaron modestas habitaciones en hoteles, para que así
pudieran tomar duchas. Los africanos subsaharianos difícilmente podían
darse un lujo así bajo cualquier circunstancia.
Para la mayoría de los hombres, los embates a las vallas representan el
impulso final para llegar a Europa después de más de dos años de viajar
o vivir en las colinas detrás de Melilla, en las afueras de la ciudad
marroquí de Nador, en condiciones de desesperación.
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