Un chillido de desesperación recorre los puntos cardinales de esta geografía que representaba para ellos un sueño. Nadie parece escucharlo, oculto por una avalancha de presagios. Europa, la tierra de las cárceles temporales para migrantes. Centro neurálgico de 393 centros de internamiento. Un archipiélago de la desesperanza. El fin del sueño europeo. Un grito asfixiado de miles de almas abandonadas a su suerte que necesitan con urgencia una respuesta.
Un clamor como los ojos de Mohamed, vidriosos ojos de niño, abiertos como pozos de dolor, que, tras las rejas, observa. Tiene solo 21 años. El rostro cálido de los hijos del Magreb. Intenta detener las lágrimas, sometido a la compulsión de un diluvio interno. "Qué puedo hacer, aguantar y aguantar", se lamenta, combatiendo la incertidumbre de este encierro que parece eterno.
Juega con sus manos inquietas. Intenta no derrumbarse... "Sé que mi novia me quiere mucho, me gustaría poder hacer algo", dice a través del telefonillo de la jaula. Lo único que puede hacer son flores y aves de papel. Maldecirse. Rezar. Darle vueltas y más vueltas a su cabeza. Correr por el patio, regresar al grito a la celda. Callarse.
Los defensores de derechos humanos a describirlos como los Guantánamos europeos
Está desesperado, algo que no puede ocultarse tras esta fría mampara protegida por las rejas metálicas. Irónicamente Audrey Hepburn y Elvis nos observan en este locutorio blindado del Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de la Zona Franca, en Barcelona.
El decorador parece haber intentado mitigar con sus fotografías el aroma carcelario para los visitantes. Oficialmente esto no es una cárcel. Es un centro de internamiento temporal, hasta que se produzca la expulsión. Pero todo está sellado. Oculto su perímetro entre polígonos industriales, alejados y de muy difícil acceso.
Todo es penitenciario. Órdenes. Horarios. Restricciones. Celdas. Falta de libertad absoluta. Solo dos llamadas gratuitas. Silencio. Todo policial... 60 días, el plazo máximo que pueden permanecer encerrados, con los derechos fundamentales diezmados. Miles de hombres y mujeres consternados. Alrededor del 50% encerrados solo por no tener los papeles en regla. Todos sin fuerza. Más de la mitad serán de nuevo soltados, un dolor inútil que dejará una huella permanente...
"Interno número ..., diríjase al patio", suelta el nuevo muecín carcelario que rige las normas del centro a través de un megáfono. Este lugar es un montículo de rejas en el que te recibe un policía blandiendo su porra. Pero Audrey sigue mirándonos, recordándonos un sueño. Eres tan guapa, Audrey. Tú lo conseguiste. Audrey, este es Mohamed, un niño al que le duele el mundo.
Un niño que parece muy cansado, como si cargara un enorme peso, la invisible gravedad de sentirse abandonado, esperando el tic tac de una condena anunciada. Audrey, en la comodidad de su fotografía, calla. Puede que no informen a sus familiares. Puede que cuando usted lea esto él ya no se encuentre entre nosotros. Nadie nos dirá dónde fue arrojado a su suerte o si tendrá un mísero dírham en el bolsillo para intentar llegar a Tánger. Su novia, una joven española, habrá inundado su Facebook con señales de ruego y desesperación.
Alrededor del 50% están encerrados solo por no tener los papeles en regla
"Yo no quiero estar aquí, estamos muy mal, te lo digo de verdad", musita a través del telefonillo. "Quiero estar con mi novia, con mi nueva familia. Me lo han dado todo. Necesito respirar el aire de afuera, llevo 33 días encerrado, no puedo soportarlo, y no sé lo que va a ser de mí. Es esta incertidumbre lo que me mata", explica con su voz cálida y a la vez partida. Le cuesta decir las palabras, baja la vista y se contiene. Sus ojos se enrojecen. Un ligero estertor balancea su labio. Mohamed no está bien. ¿Cómo podría estarlo? "Esto es peor que una cárcel, yo no he estado en ninguna, pero otros internos me lo han dicho, en una cárcel al menos te tratan con dignidad, aquí el respeto no existe", continúa.
En su rostro uno puede ver el dolor pasado y el futuro. Dejó Marruecos siendo menor, pues es el mayor de cuatro hermanos. No había comida en la mesa. Si regresa, su familia no podrá cargar con su peso. "Allí no tengo esperanza", alega. Llevaba más de cuatro años en España. Vivía con su novia en Montmeló y había sido acogido por los padres de ella. Todavía están sus cosas en su habitación. Ahora reza a Dios, aún gozando de algo que debería protegerlo de la expulsión: el arraigo. "Yo soy muy joven. No sabía cómo era el mundo. ¿De qué habrá servido todo por lo que he pasado?", se pregunta.
Este es el dolor de Mohamed, el dolor de aquellos a quienes les secuestran la esperanza, la amistad, el amor, todo por lo que vale la pena vivir. Un día la Policía te para, te esposa y te manda en un furgón a la periferia. Y es así como te roban todo de un plumazo, y se te queda esa tenue cara de espíritu. Al interlocutor se le pone entonces un nudo en la garganta, y cuando sabe que nadie lo ve, llora.
‘Juergas’ sexuales organizadas por funcionarios han sido denunciadas
Los centros de internamiento para extranjeros no son nuevos. Fueron inventados hace 29 años, con la Ley Orgánica de Extranjería de 1985, pero es ahora cuando nos llegan sus ecos, propios de un lugar profundo y angosto, en el que es necesario aplicar la espeleología periodística. Nos llegan ecos de Alik (2013), un ciudadano armenio que apareció colgado en una celda de aislamiento en el CIE de Barcelona, a los pocos días de ser devuelto con su hija, y que corrió la misma suerte que Mohamed Abagui (2010) a los 21 años.
Recientemente han imputado al equipo médico del CIE de Aluche por la muerte de Samba Martine.
Varios policías están encausados por agresiones y abuso Voces como Samba Martine (2011), una mujer congoleña que murió en el Centro de Aluche (Madrid) por no recibir asistencia sanitaria a pesar de haberla reclamado hasta diez veces. Susurros de Idrissa Giallo (2012), guineano muerto por falta de atención médica. Resonancias del ecuatoriano Jonathan Sizalima (2009), que apareció también colgado con 20 años.
Ecos de maltrato, huelgas de hambre o incluso ‘juergas’ sexuales organizadas por funcionarios han sido denunciadas como la cúspide de un negro iceberg. Recientemente acaban de imputar al equipo médico del CIE de Aluche por la muerte de Samba Martine. Y varios policías están encausados por agresiones y abuso. Las unidades de antidisturbios han cargado varias veces en su interior.
Son reflujos de un Estado de derecho que, por acción u omisión, parece resquebrajarse, como el sonido del desprendimiento de un edificio invisible. Gritos que llegan apagados a la sociedad civil, lo que lleva a parte de los defensores de derechos humanos a describirlos como "los Guantánamos europeos". Los más optimistas hablan de "limbos jurídicos" (hasta este año ni siquiera había un reglamento que regulara su funcionamiento). Pero nadie puede sentirse a gusto en un limbo, solo los ángeles y los niños muertos.
S. conoció dos CIES al llegar del país del que huía en 2007. El primer paso, siendo ya presa, fue aprender a decir 'naranja'. Nada sabía, y de pronto se encontró con esa palabra. Fue un regalo de una interna chilena, que como todas las demás esperaba ser deportada, lanzada a la ingravidez de un avión que evaporaría sus esperanzas. Naranja era el orange del francés, sí. Fruta cuyo gusto es ácido o dulce.
En el Centro de Internamiento podía repetirse: ya estoy, lo conseguí, esto es. Pronto aprendió a decir ‘hola’. Un sencillo 'buenos días, Europa'. Tienes que ser este pequeño pasillo; estos barrotes, estas literas, la celda sin baño; estas personas hacinadas a las que no comprendes; esta amenaza de deportación; un lugar sin las medicinas apropiadas; o esa policía, Elsa (nombre ficticio), que, acongojada por tu situación, te regalaba ropa, pues la sensibilidad no la marca ningún reglamento.
Como muchos de los internos en el CIE, S. nunca tuvo un plan B. Solo heridas, saltar de la patera, correr por los áridos montes del Cabo de Gata, lanzada por una necesidad primaria. Atrás quedaba una travesía de chillido homérico. Y así, de un salto, se largó de las palizas recibidas por parte de los radicales. Recuerda aún los insultos. Le decían con sorna: "Tú no eres una mujer, eres un hombre". "No podía vivir en mi país por mi sexualidad. Es haram, ¿cómo lo decís, aquí? ¿Pecado? Nadie puede obligarme a ser como ellos quieren", afirma con serenidad.
S. es una chica fuerte, simpática, callejera, su ojos de canela y almendra son cálidos a pesar de la dureza. Necesitaba saber qué se ocultaba tras los muros afilados de esta Europa protegida por cuchillas, cuyo altavoz repite en el océano la trampa de la libertad. ¡Buenos días, Europa! Yo solo quería vivir tu promesa de dignidad.
"Nunca olvidaré cómo aquel policía se meó en mi cara en aquel calabozo de mi ciudad", espeta con rabia, al recordar de lo que huía, reafirmando el motivo por el que ahora, con 44 años, malvive, abandonada por el sistema, en las calles de Barcelona, sometida a trabajos esclavos. La 'naranja' europea resultó ser muy ácida. Europa es esa fruta prohibida que te ofrece otro extranjero que, como tú, será expulsado, devuelto a las fauces de lo que huye. ¿Pero acaso tenía otra salida?
S. sigue luchando. Como la mayoría de migrantes, no se rinde. Y todo a pesar de las noches enteras tirada en la plaza Universidad, de las cicatrices de la homofobia que aún luce en su cuerpo y que, por desgracia, se han repetido aquí. De la persecución policial que padece por el color de su piel. Ella pasó por los centros de Barcelona y Madrid.
Estuvo en total 27 días. Afirma que, a pesar de todo, fue bien tratada. Es el precio que había que pagar. "Es la ley, te encierran y tienes que aguantar", explica, resignada. Recuerda el dolor de la gente. Hay dos modos de llegar a un CIE. De entrada, tras la infausta travesía; o una vez ya has empezado tu nueva vida: la salida. Algunas personas son encerradas y deportadas tras vivir más de 10 años en España o incluso con hijos españoles a su cargo, según denuncian las ONG.
Deportaciones irregulares
Este mes los internos del CIE de Valencia se pusieron en huelga de hambre por deportaciones que consideraban irregulares, un tránsito hacia el avión traumático en el que a veces denuncian maltrato.
La reciente entrada en vigor del reglamento prometido desde 2009 para organizar el control de los CIE no ha hecho más que poner en pie de guerra a parte de los defensores de los derechos civiles por "regularizar las malas prácticas que se llevan haciendo desde hace años bajo una perspectiva exclusivamente policial e ignorar la jurisprudencia de los jueces de control", afirman en un reciente manifiesto.
Indefensión fruto de la ignorancia jurídica, la falta de recursos y de los impedimentos administrativos
Todavía está por ver si traerá algunas mejoras y si se aplicará. Hay organizaciones que consideran que es un paso para evitar la total inseguridad jurídica, pero todas coinciden en que deberían estar cerrados. El nuevo reglamento, entre otras cosas, admite que sean internados menores, ancianos, personas con discapacidad física y psíquica, mujeres gestantes y lactantes.
Allí se encuentran mezcladas personas condenadas por delitos junto a personas cuyo única condena es la de no tener los papeles en regla. La mezcla puede llegar a ser explosiva, y suelen producirse peleas.
El sistema español es –teóricamente– garantista, ya que al contrario de otros países de la Unión Europea, un juez debe ordenar el internamiento. Pero las ONG denuncian que esta orden es una mera ratificación y que no se atiende a las circunstancias personales de cada caso, como marca la ley. Es un sistema judicial muy complejo, en el que los cortos plazos (solo 48 horas) son fundamentales para alegar el arraigo, y del que los internos desconocen su funcionamiento.
Una vez dentro es casi imposible gestionarlo y se encuentran en una gran indefensión, fruto de la ignorancia jurídica, la falta de recursos y de los impedimentos administrativos. Además, según denuncian las ONG, se abusa del internamiento, ya que la ley prevé dos procedimientos y se usa sistemáticamente el llamado preferente, creado solo para casos de amenaza social.
"Es una mala praxis, la intervención del juez es anecdótica. Algo tan importante como la privación de libertad debería ser mediante sentencia y por un delito, no por una sanción administrativa. Es el principio de legalidad lo que se vulnera. Los CIES no son un accidente, forman parte del modelo de gestión de la inmigración que se está asentando en Europa, buscan reprimir y crear miedo", explica Marc Serra, de la Comisión Jurídica de la organización Tamquem els Cies [Cerremos los Cies].
S. tuvo al final suerte, si así podemos llamar al primitivo ritual de la supervivencia. Consiguió el derecho al asilo político, un bien que no se ofrece con suficiencia a los internos, incluso a las víctimas de esclavitud sexual. La labor de la Comisión Española para la Ayuda al Refugiado (CEAR) "me devolvió la vida", afirma. Repite el nombre de su abogada con la pasión del santoral.
Un informe anual repleto de súplicas
Cada año, la ONG Pueblos Unidos publica un informe sobre los CIES. El estudio se basa en entrevistas realizadas a internos, junto con la organización Migra Studium. "Hasta a nosotros nos cuesta saber lo que ocurre ahí", explica Ginés de Mula, de Migra Studium. "Sabemos que el Estado no cumple con la obligación de cuidar de ellos", añade. En el informe de 2013 denuncian que personas muy arraigadas fueron expulsadas, y en un contexto de arbitrariedad.
La mayoría no eran delincuentes, sino pobres. El coste es demasiado alto, dicen, ocasionando un gran impacto psicológico. Y se vulnera el derecho a la familia y el derecho a la salud. Se ignoran posibles refugiados, menores y mujeres víctimas de la trata. Hay necesidades básicas sin cubrir, desde la higiene femenina o las condiciones de vida a la falta de libertad. También alertan de posibles agresiones y trato vejatorio, de la falta de implicación de los abogados, así como de un contexto de desinformación.
Te podría dibujar las celdas, los rostros, la cara del policía español que me estranguló, que me llamó negro de mierda
"Es un misterio lo que ocurre allí", explica, no sin cierto sarcasmo, Boyan Omar (nombre ficticio), una persona migrante que sobrevive como puede en una capital española, y que no ha parado de estudiar aun cuando dormía en la calle. No quiere transmitir su identidad. El miedo planea en su precariedad, atrapado como un personaje kafkiano que se pierde por gigantescos pasillos cuyo laberíntico final conduce al CIE. "Te podría dibujar las celdas, los rostros, la cara del policía español que me estranguló, que me llamó negro de mierda", denuncia con dolor.
Boyan pasó 20 días en el centro de internamiento de Barranco Seco, en la isla de Gran Canaria. Un lugar extraño, en el que el Gobierno negó la entrada a los jueces en 2013. La Defensoría del Pueblo catalana también vio cerradas sus puertas en el de Barcelona. Boyan tiene estudios superiores y habla fluidamente el castellano. En su país de origen era funcionario. Llegó a España tras vivir el horror. A mitad de travesía, su cayuco chocó con una isla imprevista en las tripas de la noche.
Las linternas convirtieron a los leones saharianos en gatos domésticos. "Era una isla de muertos, cuerpos y brazos, no pude ver más, eran negros, restos de hombres de África que no lo consiguieron, pobrecitos", afirma. Con los remos desplazaron la isla. Y continuaron la travesía, que acabó en el centro de Barranco Seco. "El peor lugar que he conocido", asegura. Finalmente, la isla de muertos parecía una señal.
De su estancia en el CIE, en el año 2008, asegura recordar el maltrato. "La gente era muy grosera. No estaban preparados para vigilarnos. Las condiciones eran pésimas. Estábamos hacinados. Nosotros no habíamos cometido ningún delito. ¿En qué ley sale que las personas que no hayan hecho nada malo tengan que estar en una cárcel? ¿Qué delito había cometido para ser vejado, golpeado, encerrado?", se pregunta.
Como la cárcel de Babel
Asegura que había personas que si regresaban a 'casa' serían encarcelados o quizás asesinados. Gente que no sabía ni siquiera que podían hacer una petición de asilo en el mismo centro. Personas aisladas por el idioma, como Samba, que, al ser negro, fue deportado a Senegal aún siendo del Sáhara, a pesar de sus gritos desesperados en árabe. "No puedo olvidarlo. Estaba en Europa. No en África. Esto no puede hacerse en una democracia, yo se lo decía, y ellos me pegaban", asegura.
Esto no puede hacerse en una democracia, yo se lo decía, y ellos me pegaban
En las puertas del CIE de Zona Franca, en la mañana de un miércoles, encontramos la otra cara, el rostro de la felicidad. Un joven respira sus primeros minutos de libertad. Ha permanecido casi un mes encerrado. Está provisto de dos maletas, como si iniciara un viaje. No tiene un céntimo para salir de los polígonos industriales. No le importa.
"Mi novia está en un cursillo, y yo estoy esperando a un amigo", dice. Está tranquilo. Aspira una gran bocanada de aire gesticulando una enorme sonrisa. "¿Qué más da? Esto es la libertad", suelta. El principal problema, según su testimonio, es el dolor psicológico que se sufre mientras se está encerrado. "No nos pegan, pero la gente se siente atrapada. Un chico se cortó las venas para llamar la atención", añade bajo la atenta mirada de las cámaras de seguridad del CIE.
Describe este lugar como la cárcel de Babel. Personas de Latinoamérica, Brasil, África, Cáucaso, China... Parece la muerte de una utopía. La prisión del mundo mejor, vidas que dependen del humor de un funcionario, con cierto aliento a sheriff del condado. "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros", reza el documento de identidad quemado que llamamos la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y que parecía estar en el código genético de esta Europa que ahora erige estos centros opacos. Un chillido ahogado recorre los puntos cardinales de una geografía soñada. Archipiélago dolor. Insondables pozos de sufrimiento. Un día quizás estemos dispuestos a escucharlo.
Fuente: 20minutos.es
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