«¿Esto es Europa? ¿qué más nos espera para llegar a Europa?» es la pregunta de dos hermanos sirios recién llegados a Gevgelia y que asisten, incrédulos, al terrible espectáculo de la llegada del tren de las cinco de la tarde con destino a Tabanovce, la frontera con Serbia. Los andenes son una especie de marea humana que rodea al tren y penetra por puertas y ventanas hasta llenarlo y no dejar aire. Todos han pagado su billete, 227 denares (3,80 euros al cambio), pero aquí no hay asientos numerados ni nada parecido. Después de ser arrancados por la guerra de sus países, sufrir a las mafias y desafiar el mar para cruzar de Turquía a Grecia, su misión es ahora hacerse con un sitio en los viejos vagones roñados, herencia de la extinta Yugoslavia, en los que tendrán que recorrer 220 kilómetros. Cuatro horas enlatados y ofreciendo un imagen que evoca a la de los vagones de la muerte de los campos de exterminio nazis.
Cada día llegan cinco trenes, pero no son suficientes para mover a las más de dos mil personas que llegan a Gevgelia, según el registro de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR. La gente espera un día, dos, tres…pero la desesperación puede con ellos y lo intentan como sea. La tensión ha derivado en las últimas horas en choques con las fuerzas del orden, que han empleado gas para dispersar a la gente que ocupa estación y andenes. El Gobierno se ha visto obligado a declarar el estado de emergencia en las dos provincias que fronterizas con Grecia y Serbia.
Cuando el tren se para las ventanas se convierten también en puertas, los pasajeros salta como si fueran atletas de competición, se abalanzan sobre el pedazo de chatarra, ancianos y niños compiten con jóvenes, no hay piedad, no hay respeto, no hay compasión. Es la ley del más fuerte y solo el más fuerte consigue el espacio justo para subirse al tren. Un bebe llora y llora mientras su padre apenas le puede tener sobre las palmas de sus manos. El padre tiene los brazos en alto y sostiene al niño pegado al techo del vagón, pero con los empujones cae sobre la cabeza del resto de compañeros de viaje. Imposible ver dónde está el pequeño en medio de la jauría. El sudor se mezcla con las lágrimas de alegría cuando la bocina del tren anuncia la salida.
Corrupción policial
Junto con el billete, cada pasajero debería llevar consigo el salvoconducto de viaje de la Policía de Macedonia, pero casi nadie lo tiene y por eso están obligados a ir en este tren. Este documento les permitiría cruzar el país de forma legal en un plazo de 72 horas y después, al llegar a Serbia, se sustituye por uno nuevo que sirve para atravesar el país anfitrión. Así debería funcionar sobre el papel, pero no lo hace. «En Grecia nos dieron el documento en unos minutos, aquí tardan días y no llega. Eso sí, si sobornas con 100 euros a los agentes, ayuda», lamenta Ihab, vecino de 35 años del barrio damasceno de Dumar. Saca fotos de la escena con su iPhone y las cuelga en Twitter al instante. «Somos sirios, somos personas, pero nos tratan como animales», asegura con el llanto en los ojos. El 78 por ciento de los que llegan aquí son de origen sirio, según ACNUR, y muchos de ellos tienen dinero para dormir en hoteles, comer caliente y viajar en taxis, pero la falta del documento legal de viaje les obliga a seguir el camino del resto de inmigrantes de origen iraquí, afgano, egipcio, somalí...con menos recursos.
Pese a la aglomeración de gente «no hay problemas ni entre los recién llegados, ni con la población local, la mayor parte son sirios y es gente educada, que no da problemas», informa Alexandra Krause, responsable del equipo de desplegado por Acnur para hacer frente a la emergencia humanitaria. Gevgelia tiene unos 15.000 habitantes y es un pueblo tomado por los recién llegados que han colapsado sus cuatro pensiones y el único hotel, los parques, plazas y la vieja estación, que nunca había visto tanto pasajero desde los días de la extinta Yugoslavia, cuando los trenes funcionaban bien.
Grigor Arnaudov lleva un mes colgando el cartel de «completo» en la puerta de su pensión, Holiday Han. «Esto no es bueno para nadie, es una desgracia, una gran desgracia ver llegar tanta gente cada día y tener que decir a muchos que no hay sitio o que no pueden hospedarse porque no se han registrado ante la Policía. Tienen dinero, pero si no están legales nos denuncian», asegura Arnaudov, farmacéutico jubilado que después de trabajar toda la vida en Belgrado regresó a su Gevgelia para montar un hostal. Acoge a familias enteras, los niños no pagan y mantiene los precios de antes de la crisis de refugiados (26 euros por habitación doble).
Huyendo de Siria
En la estación se puede encontrar gente llegada de todas las ciudades de Siria, de Alepo a Dera, y de Latakia a Deir Ezzor. Una combinado de sirios reunidos en un apeadero de Macedonia «escapando de Bashar Al Assad y del grupo yihadista Estado Islámico (EI), no hay lugar para la vida allí», denuncia Mohamed Hadad, ingeniero informático de 25 años de Deir Ezzor, que no tiene «ni idea del lugar al que iré ¿Belgica o Alemania? ¿me recomiendas otro sitio? Ahora es mi última preocupación, vivimos al día y vamos superando obstáculos hasta llegar a una meta, es una prueba de resistencia», reflexiona en voz alta antes de pedir que «por favor, cuenta al mundo cómo estamos, cómo nos tratan, que venga la prensa a Macedonia como fue a Grecia, a la isla de Kos, solo cuando salimos en los medios empezaron a tratarnos bien».
Macedonia, país de la antigua Yugoslavia de dos millones de habitantes, asiste por segunda vez en los últimos años a la llegada masiva de emigrantes. En 1999 fueron los kosovares quienes llegaron por miles huyendo de la guerra con Serbia, pero la gran diferencia es que muchos de aquellos kosovares llegaron para quedarse, mientras que estos nuevos recién llegados están solo de paso y tienen mucha prisa por seguir su camino hacia el norte de Europa. La próxima barrera es la frontera de Serbia, luego Hungría…una huida constante en la que se juegan la vida.
via -ABC.es
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