No es fácil ponerse en la piel de un refugiado. No es fácil empatizar con una persona que ha tenido que dejarlo todo, perderlo todo, huir de su país natal, despedirse de sus familiares (quien sabe si para siempre), volver a huir de las autoridades de los países a los que llegan para no ser confinados en lúgubres e insalubres campos de, supuestamente, asilados o, en el peor de los casos, ser repatriados al infierno que ha perturbado sus vidas de por vida. Imaginarlo, establecer lazos de solidaridad, comprender y compadecerse de su situación, ayudarlos en lo que cada uno pueda,... puede ser lo más cerca que un ciudadano del denominado Primer mundo esté de penetrar en la descarnada realidad de un exiliado.
La guerra que está convirtiendo Siria en un erial plagado de escombros y cadáveres ha monopolizado el foco mediático internacional, que dedica gran parte de su esfuerzo y tiempo a cubrir una crisis migratoria comparada, actualmente, con el éxodo acontecido durante la Segunda Guerra Mundial. Un hecho que ha relegado a los miles de exiliados no sirios, que cada año tienen que abandonar su país por motivos ajenos a la guerra, a un segundo plano. Y son estos últimos, concretamente los oriundos de países africanos o los que siguen la ruta de citado continente, quienes más llegan a Córdoba.
Este es el caso de un ciudadano camerunés, de 29 años, que en 2010 tuvo que marcharse de su ciudad natal por publicar un libro sobre la corrupción que impregnaba los mecanismos políticos que hacían girar su país. Moussa, pseudónimo utilizado para salvaguardar su identidad por motivos de seguridad, era estudiante de Ingeniería Informática. "A mi madre, que nos crió sola a mí y mis tres hermanos, le costaba mucho llegar a final de mes y financiar nuestros estudios, porque allí no existen ayudas económicas para ir a la universidad ni coberturas sociales", relata a el Día. Asegura también que ella "quería, haciendo un sobreesfuerzo, que viniera a Europa para seguir formándome así que, destinó todos los ahorros de la familia a tramitar mi visado, que finalmente no llegó a mis manos". Sin embargo, no llegó porque el dinero "se lo quedaron los funcionarios que lo gestionaron y, cuando fuimos a reclamarlo, nos amenazaron de muerte", comenta. En ese momento es cuando, al dar los ahorros familiares por perdidos, decide escribir un libro para combatir la podredumbre que afecta a la burocracia y política de Camerún. "Cuando fui a registrar el libro para su publicación me volvieron a amenazar y, horas después, de camino a casa, me llamó un amigo por teléfono para que huyera porque la policía había entrado en mi hogar y lo había desvalijado por completo. En ese momento, sin llegar a despedirme de mi madre ni hermanos, pedí prestado algo de dinero y me encaminé hacia la frontera con Nigeria", relata Moussa.
En Nigeria comienza su fuga errante que tendría como siguiente destino Togo, país en el que se le acabó el dinero "y comencé a trabajar de lo que pude, con la idea de ahorrar e ir a Costa de Marfil, donde me había puesto en contacto con otro amigo que residía allí y me iba a dar trabajo pero, cuando quise ir, estalló la guerra civil", explica. Su viaje frustrado a Costa de Marfil fue sustituido por otro a Malí, lugar en el que ejerció de profesor de Matemáticas e Informática durante un breve periodo de tiempo porque, a los pocos meses, partió hacia Guinea, donde volvió a trabajar de docente. Tras pasar un tiempo en Guinea, cruza la frontera de Senegal y, una vez allí, decide encaminarse hacia el norte pasando por Mauritania y Argelia para, finalmente, llegar a Marruecos. "En Marruecos conseguí un pasaporte de otro país, me cambié el nombre y me hice pasar por un ciudadano senegalés", reconoce. De esta forma, continúa, "conseguí trabajo en una empresa de congelados y, a los seis o siete meses de estar allí, pude contactar con mis hermanos, quienes me comentaron que mi madre había enfermado y no tenían suficiente dinero para pagar los medicamentos". "Para enviar más dinero a mi familia, decidí venir a España con la idea de encontrar trabajo y un sueldo más alto", recuerda el camerunés. El viaje hacia la Península nunca lo olvidará. Fue el 8 de agosto de 2014, salió junto a un grupo de personas de diferentes nacionalidades a las 20:00 de la costa de Tánger en una balsa hinchable. Confiesa que "ninguno sabíamos nadar", pero a las 10:00 del día siguiente llegaron a Tarifa (Cádiz).
Ya en suelo español, Moussa decide acudir a un Centro de Internamiento de Extranjeros, donde le prestaron ayuda y le leyeron sus derechos. Tras permanecer unos días allí, es trasladado al Centro de Acogida de Inmigrantes de Villanueva del Arzobispo (Jaéin), gestionado por Cruz Roja, lugar en el que los trabajadores de entidad humanitaria lo instruyen, mediante cursos de formación, en temas relacionados con el mundo laboral, la integración social y el asilo. Tras pasar unos meses en esta localidad, se marcha a Bilbao y, al poco tiempo, a Madrid, donde reside un año y seis meses y, nuevamente, realiza varios cursos de formación. Una vez finalizados, vuelve hacia el Sur de España, concretamente a Sevilla para, meses después, llegar a Córdoba, ciudad en la que reside actualmente. Moussa está a gusto aquí y cree que Córdoba es "una buena ciudad, me gusta su gente y es segura", señala. Por ello, ahora intenta ahorrar más dinero del que ya ha conseguido acumular para "traerme a mis hermanos, que aún sufren represalias y amenazas por la publicación de mi libro y, al fin, alcanzar la tranquilidad". No obstante, aún le queda un objetivo por cumplir: "Viajar de nuevo a mi país y visitar la tumba de mi madre, ya que no pude estar cerca de ella durante los últimos meses de su vida".
Situación similar a la anterior es la que sufrió un ciudadano nigerino de 35 años al que llamaremos, también con el fin de proteger su identidad, Amadou, quien tuvo que huir de su pueblo por problemas con el regidor del mismo. Según comenta a este periódico, "en mi país, Níger, trabajaba en una parcela ubicada en el campo junto a otros siete hombres". "Nuestro jefe nos maltrataba físicamente si hacíamos algo mal o si consideraba que no rendíamos lo suficiente", anota y añade que "estando allí, un buen día, me avisan de que mi padre había enfermado y necesitaba dinero para el tratamiento, por lo que fui a hablar con el alcalde de mi pueblo para que me diera otra parcela de trabajo extra y conseguir algunos ahorros más para ayudarlo". Pero, lejos de aceptar su petición, el regidor de la localidad en la que vivía Amadou le concedió el trozo de tierra que él había solicitado a otro persona "por lo que fui a protestar y, acto seguido, me despidieron", señala. Sin trabajo y sin medios para asistir a su progenitor, Amadou llevó el enfrentamiento con el alcalde de su pueblo hasta un punto de no retorno. "Además de protestar por echarme del trabajo, le recriminaba constantemente el maltrato físico que sufríamos hasta que la situación llegó a un extremo que me obligó a huir para salvar mi integridad", explica. Primero cruzó Argelia de cabo a rabo hasta llegar a Marruecos y, una vez allí, se dirigió a Tánger para, hacinado en una ruinosa patera, llegar hasta Tarifa. Superada la arriesgada travesía, inició el mismo viaje protocolario que la mayoría de refugiados. De la localidad gaditana fue trasladado también al centro de inmigrante de Villanueva del Arzobispo y, de ahí, lo trasladaron a Málaga para, finalmente, llegar a Puente Genil. En esta localidad, indica, "he estado siete meses y, tengo que de decir, que la vida es buena aquí". "No tengo expectativas de volver a Níger, aunque de allí no me hubiera ido si no hubiera tenido problemas. Ahora estoy cómodo, seguro, integrado en el programa de asilo de Cruz Roja gracias al que me estoy formado y he descubierto que me gustaría trabajar de electricista", desgrana y añade que sus expectativas son las de "trabajar y poder pagar mis gastos". "No pido más", anota.
La ruta africana no sólo es seguida por habitantes de citado continente, sino que también es la vía de escape de miles de sirios que huyen de las bombas que están arrasando su tierra. Este es el caso de una joven economista de 26 años, natural de Damasco, que tuvo que hacer las maletas a la carrera para, junto a su tío, dejando a sus padres y hermanos atrás, volar hasta Argelia. "Mi huida comenzó el 18 de agosto de 2015, cuando mi ciudad, Damasco, fue bombardeada. Mi casa quedó derruida y nunca pudimos volver, ni siquiera a reconstruirla, porque la policía acotó la zona y nos prohibió acceder", recuerda. En ese momento, subraya, "mis padres decidieron que me marchara con mi tío a un lugar más seguro". Sin embargo, "ni ellos ni mis hermanos pudieron viajar con nosotros porque no disponían de dinero suficiente y, ahora, sobreviven como pueden con la pensión de maestro de mi padre", narra Houda (pseudónimo de la joven).
El primer destino al que Houda llegó fue Argelia. Según describe la joven siria, "volamos hasta Argelia donde permanecimos tres días hasta conseguir un autobús que nos llevara a Marruecos y, de allí, nos dirigimos a Melilla para pedir ayuda en el Centro Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI)". En él "no tuvimos ningún tipo de problema durante nuestra estancia, que no superó el mes, porque al poco tiempo nos trasladaron a Málaga, a un centro perteneciente a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), donde nos ayudaron a viajar hasta Madrid", cuenta. La joven asegura que ya en Madrid "mi tío decidió ir a Alemania, porque creía que había más oportunidades, y allí estuvimos ocho meses, hasta que, nuevamente, volvimos a España y nos dirigimos al Centro de Acogida de Refugiados de Cruz Roja tiene en Puente Genil".
Desde el municipio cordobés, Houda habla por teléfono con su familia y su idea es seguir formándose. "Quiero hacer un máster relacionado con mi estudios universitarios en Economía, por eso, estoy asistiendo a las clases de español que nos dan los voluntarios de Cruz Roja, quienes también nos ayudan a formarnos en el ámbito laboral". En su relato no tiene reparos en destacar que "ahora estoy segura aquí", si bien, "echo de menos a mi familia y temo por lo que le pueda pasar a mis padres y hermanos". Sobre una futura vuelta a Siria, la joven economista se muestra escéptica. "No sé si podré volver pronto o no porque no sé si la guerra acabará pronto o no", aseguró. Y en esas sigue, esperando el cese de los bombardeos para volver junto a los suyos, a su hogar, a su ciudad, al país que le dio tanto y se lo quitó todo.
La labor que Cruz Roja realiza con los refugiados que llegan desde cualquier zona del mundo es de órdago. La organización les cubre todas sus necesidades básicas y, además, les ayuda a tramitar y poner en regla su documentación y solicitudes de asilo. A día de hoy, según informan fuentes de Cruz Roja, una treintena de personas residentes en la capital son demandantes de asilo y, en Puente Genil, la cifra sube hasta los 60 o 70 refugiados. La mayoría de los asilados que acoge la organización proceden de la ruta africana. El año pasado, los centros ubicados en Córdoba recibieron 2.000 exiliados y, dependiendo del caso, son asistidos durante periodos que pueden llegar hasta los 18 meses. En ese tiempo, le facilitan los mecanismos para cubrir sus necesidades básicas y, a su vez, trabajan con ellos para mejorar su autonomía en temas como el acceso al mercado de trabajo, el conocimiento del entorno y también el idioma.
- el dia de Córdoba
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