¿Somos o no racistas los españoles?


Víctimas de actitudes racistas, sociólogos y juristas coinciden en señalar que la pobreza no explica toda la exclusión social, aunque sí es un elemento determinante
Sergio García

La ola de protestas desatadas por la discriminación racial y la brutalidad policial que provocaron la muerte de George Floyd en Estados Unidos no ha tardado en extenderse por todo el mundo. También ha llegado a España. Dieciséis ciudades hicieron suyo el pasado fin de semana ese clamor de justicia, reabriendo de paso el debate sobre si los españoles somos o no racistas. Una percepción que sube de intensidad en tiempos de incertidumbre económica.

Thimbo Samb, inmigrante senegalés, ha sido una de las voces que con más claridad se han hecho escuchar. Portavoz de la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente, hace una semana se le podía ver, rodilla en tierra, frente a la Embajada de Estados Unidos en Madrid, criticando no sólo el asesinato cometido en Minneapolis por un supremacista blanco disfrazado de agente del orden, sino los episodios racistas que él y sus compañeros viven en su día a día. Thimbo sabe de lo que habla. Después de cuatro intentos de entrar en España en patera y de catorce años sobreviviendo como temporero, almacenista y mantero, ha conseguido escapar de la espiral de marginalidad y ahora trabaja de actor en series de Netflix y Movistar. Pero la línea que separa su 'nueva normalidad' del infierno que dejó atrás es, dice, muy fina.

«Nunca supe lo que era ser diferente hasta que vine a España. Tampoco tuve problemas con la Policía y aquí he pasado cinco veces por comisaría. Y todo porque cuando llegué a Tenerife un funcionario escribió mal mi nombre y aquel error me impidió regularizar mi situación hasta pasados nueve años. Nueve, tratando de convencer a todos de que mi pasaporte no era falso, de que yo no era un delincuente, de acumular órdenes de expulsión que prescribían a los seis meses». En su caso, la esperanza de ver cumplido su sueño no tardó en estrellarse contra la cruda realidad.

«Por supuesto que no todos los españoles son racistas, pero ese sentimiento existe. Yo lo sufro en carne propia a diario. Mujeres que agarran el bolso con fuerza cuando me aproximo a ellas, o que evitan sentarse a mi lado en el metro aunque sea el único asiento vacío. Incluso madres que han abroncado a sus hijos por devolverles yo la pelota en el parque. Niños que nacen sin prejuicios, pero a los que en casa se les enseña a odiar». Su día a día es un continuo demostrar que no son una amenaza. «No le quitamos el trabajo a nadie, es más estamos expuestos a que nos exploten. Tampoco te robo las ayudas. Sin papeles no hay ERTE, ni paro, pero hasta cuando compro una barra de pan pago impuestos. ¿A quién quieren engañar?».

«La mayoría volvería a venir»

El último informe del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia detecta entre los nacionales «sentimientos ligeramente más negativos acerca de la aportación de los inmigrantes y de la excesiva recepción de prestaciones públicas», al tiempo que disminuye la tolerancia/aceptación a su acceso a los sistemas educativos y de sanidad». El documento, sin embargo, sostiene que los niveles de racismo autopercibido se mantienen bajos y que disminuye año tras año el porcentaje de encuestados que ven la inmigración como un problema. Habla incluso de «actitud positiva» en el mercado laboral, donde los inmigrantes son vistos como «mano de obra complementaria, realizando trabajos que no quieren desempeñar los españoles». Concluye, por último, que «la situación económica, laboral y familiar influye en la permisividad con los usos y costumbres de quienes vienen de fuera».

«Hasta que llegué aquí no supe lo que significaba ser diferente. En mi país nunca tuve problemas con la Policía y aquí he estado cinco veces en comisaría» Thimbo Samb (Activista senegalés)
Juan Díez Nicolás, sociólogo y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, redunda en esta tesis. Afirma que España no es un país racista aunque haya individuos que se comporten como tales y atribuye la mayor parte de la exclusión social al clasismo. «Sin duda, esas actitudes tienen una base económica. La pobreza y la riqueza no explican todo ese rechazo, pero sí bastante». Y va más allá. El experto sostiene que «el grado de satisfacción de los inmigrantes con su decisión de emigrar es bastante mejor de lo que se piensa».

Pero Díez Nicolás hace una puntualización. Uno de sus estudios más recientes se centra en las personas que los españoles no desearíamos tener como vecinos. El resultado es demoledor. «Los gitanos son el grupo social más excluido, hablamos de un 39%, por debajo sólo de drogadictos y alcohólicos». Algo inaceptable, subraya el experto, y que ni siquiera tiene que ver con la raza. «Por supuesto que vinieron de otros lugares, pero igual que hicieron los fenicios, los tartesios o los visigodos. Ni siquiera vale con ellos el término xenofobia, porque son tan españoles como el resto». Preguntado por la pertinaz acusación de que estos colectivos vienen a arrebatarnos las ayudas o el acceso al trabajo, el sociólogo admite que ese discurso puede haber aumentado, «pero está lejos de ser mayoritario en España, al contrario de lo que ocurre en los países del Este».

¿Y qué hay de la juventud? ¿Es permeable a esta denuncia o no la comparte? José Juan Toharia, presidente de Metroscopia, no alberga dudas sobre este particular. «El racismo no es una cuestión de edad, sino de educación y nivel de vida. Es un fenómeno universal, de acuerdo, pero en España no es tan acusado. Aquí no se revientan cementerios judíos como ocurre en Buenos Aires, ni después del 11-M se prendió fuego a mezquitas».

«Los gitanos han sido el grupo social más excluido en España. El 39% de la población les rechaza como vecinos, sólo por debajo de drogadictos y alcohólicos» Juan Díez Nicolás (Catedrático de Sociología)
Las encuestas, añade, demuestran que este es el país donde los inmigrantes se consideran menos segregados y donde más fácil es integrarse. «No hay más que ver la agenda pública: el racismo no alimenta un debate caliente en nuestra sociedad». Pero las diferencias existen. Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos las dificultades que encuentran los inmigrantes para alquilar un piso, ¿cabe preguntarse si somos hipócritas? «En toda sociedad hay un porcentaje de hipocresía. Y eso es porque en el fondo sabes que lo que piensas no deberías pensarlo y por lo tanto lo camuflas».


María del Carmen Cortes Amador es abogada. Y gitana. «Por supuesto que hay racistas, pero este es un gran país. Realmente lo creo así. Tiene un marco legislativo en igualdad y en derechos muy importante. Más que de racismo yo hablaría del miedo y el rechazo que despiertan la pobreza y la exclusión». Una cadena donde el eslabón débil siempre son las minorías étnicas, «personas sin recursos, que han asimilado la discriminación, que desconocen sus derechos o los recursos de los que echar mano».

«Más que de racismo yo hablaría del miedo y el rechazo que despierta la pobreza, que lleva a las víctimas a asumir como propios ciertos clichés» María del Carmen Cortes Amador (Abogada Secretariado Gitano) ¿Situaciones intolerables? «Por supuesto que las hay. Te hablaría de todos esos chavales a los que les niegan el acceso a una discoteca el fin de semana porque dan por sentado que la van a liar, tengan reservado o no el derecho de admisión. O de Carla, una gitana licenciada en enfermería que fue a un hospital de Madrid a solicitar trabajo y en cuanto abrió la boca le pidieron el certificado de penales. ¿Para eso hizo una carrera?».

Los musulmanes

La otra comunidad en el ojo del huracán es la musulmana, a la que históricamente se ha aludido como 'moro', un calificativo no siempre exacto (Otelo, el moro de Venecia, realmente era negro). Samir Lahdou, padre marroquí y madre española, ni conoce la cultura árabe ni tiene acento. ¿Y las pintas? «Bueno, se nota que soy de fuera, pero si me dejo rastas puede pasar por cubano», bromea. Artista circense, vendedor, taxista, concejal en el Ayuntamiento de Bilbao... la vida le ha enseñado a no desaprovechar ninguna oportunidad.

«¿Que si somos racistas? No me cabe duda, yo lo he vivido. Acaba saliendo, antes o después. A mí me ha detenido la Policía con 15 años porque iba corriendo por la calle. Ruido sirenas, de cara a la pared, vamos a cachearte, abre las piernas... Nadie sospechó que si lo hacía era porque llegaba tarde a clase. Hasta que abrieron la mochila y la vieron llena de libros. Entonces sí, ¿por qué corrías?, preguntaban. Lamentable». También con los amigos. «¿Hablabas de diferencia de clases? Yo he tenido muy buenos amigos, gente que cuando discutías con ellos tiraban de lo último que te esperabas. Nada de llamarte imbécil o hijoputa, como al resto. Yo era siempre 'puto moro'. Incluso cuando trabajé vendiendo aspiradoras, cuatro o cinco años. Iba trajeado, con corbata. Daba igual, el trato no era mejor. Nunca dejas de notarlo».

«¿Si estoy discriminado? Categóricamente no. Claro que hay casos, pero en este país influye más tu lugar en la escala social que el hecho de llamarse Ahmed» Mohamed Ajana (Comisión Islámica de España)
Cada uno cuenta la feria según le va en ella. Mohamed Ajana, marroquí, es secretario general de la Comisión Islámica en España y lleva 30 años en el país. «¿Si me siento discriminado? Categóricamente no. Claro que hay casos de discriminación, críticas en el trabajo y la sempiterna crítica al velo que llevan nuestras mujeres. Pero en este país influye más el lugar que ocupas en la escala social que el hecho de llamarse Ahmed o Ibrahim. Fíjese en lo ocurrido con Floyd. La indignación no ha tardado en extenderse y eso es porque la realidad está ahora más auditada, es más difícil que los abusos queden impunes. Dar por sentado lo contrario es lo que me parecería a mí preocupante».

La clave
12,96% de la población que vive en España es inmigrante, algo más de 6 millones de personas, según datos de la ONU. En Reino Unido, ese porcentaje representa el 14,3%, en Francia el 12,4% y en Alemania, el 8,5%.

-elcomercio.es

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