La Delegación de Madrid admite que el centro de inmigrantes «no es propio de un país desarrollado»: esperas infinitas, desorganización... Por no haber, no hay ni traductores. Tras las denuncias de sectores políticos se ha decidido ampliar los horarios
L. Bustamante / C. Fuertes
Las colas continúan en Carabanchel, donde ciudadanos de distintos países del mundo esperan con cierto conformismo que la Delegación de Gobierno ponga solución a este caos organizativo
Madrid- Carabanchel. Seis de la mañana. Llegan los primeros extranjeros para la cola del día, para enfrentarse al laberinto de la burocracia. Papeles y más papeles... Trámites interminables que provocan una y otra vez volver al centro policial, que ya se ha convertido en un castigo. Vienen con la esperanza de que hoy pueda ser el día en el que todos sus papeles estén en orden para emprender el camino de la legalidad en Madrid. Y ese podría ser el día en que su anhelado sueño se hiciera realidad.
Un sueño que no llega. Sin embargo, para la mayoría de los extranjeros este deseo tiene que esperar, lo que provoca ansiedad e incertidumbre. Como Miriam, natural de Ecuador; es la tercera vez que viene con su hijo para renovar su tarjeta de residencia. A pesar de tener los papeles en orden, su situación se ha convertido en un tormento: «Me han hecho volver otra vez, porque en el documento de mi hijo sólo faltaba la palabra ‘regularmente’». Sus nervios están a flor de piel. No puede contener su rabia. Se ha ausentado de su trabajo durante varios días y hasta la han amenazado con ser despedida. Pero hay más. Cada vez que pide un día libre se lo descuentan de su salario: «No se puede jugar así con las personas», dice sin ocultar su desencanto.
Se ha demostrado que esta última etapa del proceso de regularización del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero ha sido un fracaso. La Delegación de Gobierno ha reconocido que lo ocurrido en Carabanchel y en la Comisaría de Ventas «no es propio de un país desarrollado». Y aunque insiste en que es necesario atender a estas personas como lo que son, seres humanos, las medidas que toman cada semana cambian por la urgencia de la situación que se complica cada vez más, a pesar de que se amplíen los horarios. Tanto para este organismo como para la Policía, «los inmigrantes exageran al presentarse a las seis de la mañana porque a las siete de la tarde ya no hay gente para atender en Carabanchel».
Dos colas. El calor es insoportable. Mientras unos esperan, otros hacen su agosto vendiendo bebidas ilegales, ya que las máquinas expendedoras están dentro del centro, lugar al que los inmigrantes no pueden acceder hasta que no les toca su turno.
Once de la mañana. Unas 100 personas esperan en dos filas. La más corta es para estampar la huella en la anhelada tarjeta de residencia; la segunda, mucho más larga, es para obtener información, recoger solicitudes y renovar papeles. Pero los que están en esta fila no serán atendidos hasta las dos de la tarde. Carmen mira el reloj. Doce del mediodía. Mira hacia adelante, son muchos los que faltan por entrar. Sabe que tendrá que volver mañana; sabe que una vez que logras traspasar el umbral del centro se observa que hay poco personal para atender a sus demandas y a la imprescindible necesidad de información.
En una puerta se indica la salida. Las frases de malestar e inconformidad se repiten una y otra vez. Están insatisfechos. «Parece que somos animales y no personas... ¿Hasta cuándo durará este ir y venir, cuándo agilizarán los trámites?».
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