El idioma autonómico, el segundo mayor lastre para la integración del inmigrante

Se consideran razonablemente satisfechos por su nivel de integración y su estancia en España, también considerablemente bien tratados y aceptados por la sociedad que los ve venir. Pero los inmigrantes que recalan en nuestro país también se topan con trabas que no esquivan en sus contestaciones a un macroestudio elaborado por la Fundación SM y que lleva por nombre «Claves de la integración de los inmigrantes en España 2013». En el estudio se ha tanteado la opinión de 2.349 personas extranjeras y residentes en España. Entres los obstáculos enfatizan -dentro del ámbito propiamente sentimental- que necesitan que les respalden y reconozcan de dónde son, un «espaldarazo» a su identidad en suma y que la gente de aquí se interese por sus costumbres y por lo que son. «Hay cierta indiferencia hacia ellos», señaló Antonio Gutiérrez, sociólogo y profesor que ha sido copartícipe del informe junto a la rumana Ileana Ligia Mihaila, experta en relaciones interculturales, coordinado por el recientemente fallecido Pedro González Blasco. «Es posible que sea inevitable tratarles con cierta conmiseración y que sea nuestra forma de conducirnos con la gente que llega de fuera, pero hay que elevar el nivel de trato hacia su identidad y demostrar nuestro interés», completó Gutiérrez. A nivel político, su reclamo es el de poder votar.

En este sondeo, hay una valla con que se topan los inmigrantes a su llegada, que tiene gran altura, y que sorprende. Ellos la colocan como el segundo mayor problema: los entrevistados rubrican que el paro es el gran torpedo a su buena integración en la sociedad española (marcado por seis de cada diez encuestados como el principal obstáculo a su llegada), y reservan para el segundo cajón de sus preocupaciones el idioma autonómico (destacado por el 45% de los encuestados). En tercer lugar sitúan el idioma español (citado por el 43% de la muestra de la encuesta como la gran dificultad que deben afrontar). No obstante, la opinión que cunde entre la ciudadanía acerca de colectivos como el rumano es la de que muy pronto parlotean el castellano con locuacidad, pero ese hecho «lleva un gran esfuerzo detrás», remarcaron los autores ayer en Madrid.

Llama la atención, viendo estos datos, que entre los preguntados, sea la práctica totalidad de ellos (el 99,1%) la que admita que habla español y que es capaz también de escribirlo (en un 93,4% de los casos). Una inmensa mayoría de ellos -nueve de cada diez- sigue procurando hablar y mantener viva la lengua natal, así como las tradiciones en su día a día (un 42% de ellos). El 68% se mostraría conforme con que el idioma extranjero se incluyese en los planes de estudio, mientras que el 37% estaría de acuerdo si se prohibiese el velo en las aulas.

Cómo ellos ven España

Si hay un aspecto en lo que están de acuerdo tanto los responsables del estudio, de más de 400 páginas, como la población encuestada es en la necesidad de adaptarse al país que los acoge, pero con respeto siempre a sus señas de identidad, y en la magna contribución que acuña la inmigración para el país receptor. La perspectiva novedosa que introduce este informe es que se aborda el fenómeno de la inmigración desde la óptica de «los otros», dicen desde la Fundación SM: esto es, cómo ven las personas inmigrantes las instituciones españolas, el trato que reciben por parte de los españoles, o si la clase política los trata mejor o peor que a los nacidos en nuestro país. Y en la radiografía los españoles no salen mal parados: «En este país no hay racismo, como tal, sino brotes de xenofobia» que es contra lo que se debe luchar, aseveró Gutiérrez.

En esa panorámica sociológica de la inmigración, los grupos más nutridos en España son los rumanos, marroquíes y ecuatorianos, seguidos de subsaharianos, y otros grupos de latinos, como los colombianos y bolivianos. La mayoría tiene entre 25 y 49 años y reside en las provincias de Madrid (un 33,7% de todo el colectivo llegado a España) y Barcelona (algo más de un 21%). A pesar de las dificultades y de que seis de cada diez confiesan encontrarse sin tarjeta de residencia porque, o «por la crisis o por otras circunstancias coyunturales, no la han renovado» y no la tienen en vigor, destacó Ligia, casi seis de cada diez entrevistados tienen la intención de quedarse definitivamente a trabajar y residir aquí, aunque la mayoría no sueñe ni con tener una casa (casi ocho de cada diez viven de alquiler y seguirán haciéndolo) enviando grandes remesas a sus países de origen para poder mantener a la parte de la familia que se quedó allí. 

La mitad de la muestra entrevistada es de la opinión de que ha de existir indistintamente el acceso a las prestaciones para españoles e inmigrantes legales o ilegales, ya que el 97% deberían poder disfrutar del derecho de vivir con su familia, poder cobrar el paro después de cotizar (opina el 95%) y obtener la nacionalidad española (el 85% de las respuestas).

Es interesante comprobar sus respuestas sobre los objetivos que cumplieron al arribar. Frente al 42,4% sí se han cumplido completamente o bastante, para el 15% lo han hecho muy poco, nada o casi nada. Más de la mitad de ellos no tienen peros en reconocer que las condiciones laborales y los sueldos que encaran las personas extranjeras en este país están a años luz de las de los autóctonos. Es precisamente este motivo por el que la satisfacción es mayormente social y familiar, en su relación con el entorno en el que viven; por encima de la económica que no satisface al 56% de los interrogados y que la crisis ha terminado por apuntalar.

Son los magrebíes los que admiten encarar más dificultades en la integración diaria (casi cuatro de cada diez responde pesimista en este sentido). A la zaga, les siguen los subsaharianos (un 13,8% de ellos) y los chinos, protagonistas de la llamada «migración silenciosa» (un 13% de los casos).

ABC.es

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