La frontera sur se lucha cuerpo a cuerpo



Pasaban de las cuatro de la madrugada del lunes. Los hombres de negro eran los guardias civiles. Allí estaban, pasado el puente, camino de la playa de El Tarajal, algo más de una docena, según testigos presenciales, defendiendo la frontera codo con codo con los policías marroquíes.

Si estaban en la llamada zona de nadie o si actuaban en terreno marroquí parece irrelevante a estas alturas: el grado de colaboración policial entre España y Marruecos es el más estrecho nunca antes conocido. Los subsaharianos no esperaban verlos tan juntos, pero no se detuvieron por ese detalle.

“Atacamos Ceuta sin palos ni piedras”, relata un camerunés de 22 años, también presente en la tragedia del pasado 6 de febrero. Trataron de seguir adelante. No lo consiguieron. Ese fue uno de los principales episodios del mayor asalto a la frontera de Ceuta.

Cameruneses se recuperan del último intento de salto a Ceuta. / Marta Miera (EFE)
Hubo que esperar más de 24 horas para poder recoger testimonios entre los participantes en el asalto a Ceuta (asalto o ataque, así lo denominan ellos mismos), dado que el martes fueron dispersados al extrarradio de algunas capitales, preferentemente Tánger, Larache y Rabat.

Los subsaharianos necesitan unas horas para alcanzar las ciudades, eso si no están lesionados, y más de un día para regresar a los montes. Hace meses que Marruecos ya no envía subsaharianos al desierto, a la frontera con Argelia.

Ha suavizado en cierto modo su política, confirman expertos de las ONG: por aparecer ante Europa como un vecino respetuoso y porque ha emprendido una campaña de regularización de sin papeles.

La decisión del salto estaba tomada el lunes. Las decisiones no se debaten. No hay asambleas. Hay jefes. Varios por cada comunidad (nacionalidad). Los jefes resuelven cuándo hay un salto masivo. La orden se transmite por Facebook y por los móviles; se recibe en los locutorios de Castillejos por quienes están en el monte. Luego se apagan los móviles. Sobre cómo se nombran los jefes no hay explicación unánime entre quienes tratan con las comunidades de subsaharianos en Marruecos. “Hay jefes que se nombran a sí mismos”, reconoce un experto.
Los subsaharianos nombran jefes que deciden cuándo acometer las vallas
Se ha dado el caso de jefes que prefieren vivir en Marruecos porque quizás en España no van a tener el mismo estatus. Cuesta entender cómo se organizan “los clandestinos” (como les llama la policía marroquí) desde una mentalidad occidental: por ejemplo, que por estar en el bosque haya que pagar.

No una gran cantidad (entre 3 y 5 euros), pero sí un impuesto, por tener derecho a un pedazo de tierra. Se paga por una escalera para intentar el asalto. Se paga por muchas cosas. El gran salto del lunes era inevitable: especularon con el jueves, cuando se cumplía el mes de la tragedia.

Los montes y localidades próximas a la frontera se fueron poblando de gente, porque un subsahariano no vive siempre en el monte; dependiendo del dinero que logre ganar o que recibe a través de los locutorios, alterna su estancia entre la ciudad y el campo.

Entre ellos también operan confidentes de la policía. No sabían el día, la hora ni la dirección del salto. Se fueron agrupando en la noche, conscientes de formar un gran número y de que sus movimientos serían detectados por las cinco cámaras térmicas de la Guardia Civil. “Caminamos despacio todos juntos, había muchas mujeres, se había decidido que no usáramos palos ni piedras, íbamos gritando ‘¡Liberty, Liberty!’ y en el gran grupo nos dirigimos hacia el puente para luego ir hacia la playa”. Daniel, camerunés de 22 años, llevaba esa noche un chaleco salvavidas rojo y encima, una cazadora.
Los sin papeles pagan una ‘tasa’ por estar en el monte: entre 3 y 5 euros
Camino del puente se encontraron con unas filas de coches y furgonetas para bloquearles el paso. Pero pasaron. “No teníamos miedo y cruzamos hacia la playa”.

En ese trayecto se encontraron con el grupo mixto: policías marroquíes y guardias civiles, con cascos y material antidisturbios. Los hombres de negro. “Nos pegaron, pero no dispararon”, relata Daniel. Tuvieron que retroceder.

A partir de ahí, el grupo tuvo que improvisar. “Nos dividimos en dos”, explica Daniel, “porque unos estaban empeñados en mantener la tensión hasta la mañana”. Unos dieron marcha atrás y se quedaron a la expectativa.

Se formó un grupo de no más de 300 que permaneció activo. Hubo un tercer grupo que se acercó a la playa. La policía marroquí los fue deteniendo y agrupando, para luego alejarlos en autobuses y furgones.

A pesar de que el paso fronterizo de El Tarajal estuvo cerrado y de que había comenzado a amanecer, no se apreciaron escenas de violencia. La tensión decreció.

El gran salto había sido un episodio efectista. Pensaban encontrarse con una Guardia Civil debilitada por las críticas y se encontraron con un reforzado despliegue policial.

Pasaron de 1.000, pero muchos dieron marcha atrás. Y falló el factor sorpresa. Los montes vuelven a recuperar gente este fin de semana.

La noticia de la visita del ministro del Interior y de las nuevas medidas (mallas antitrepa) ha llegado a los subsaharianos. Los hay que piensan que es más práctico intentar saltos modestos. Otros se inclinan por desplazarse a Melilla. Serán los jefes quienes determinen los próximos movimientos. Parece descartado otro salto de este calibre.
ELPAIS

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