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Viajar durante 36 horas en una patera hacia la costa española es para muchos chicos de Marruecos algo absolutamente normal. "Es como ir a la estación de autobuses, todo el mundo sabe a qué hora sale la siguiente". Salir sin miedo y con mucha fuerza fue la receta que le funcionó a Mohamed cuando, con sólo 14 años, decidió emprender el viaje. Su hermano, mayor de edad, le ayudó a ahorrar los 800 euros que costaba cruzar el Estrecho. Sabían que un menor podía ingresar en un centro y obtener con el tiempo el permiso de residencia. Hoy, tres años más tarde, vive junto a otros siete chicos en un centro de menores, gestionado por la Asociación Pro Inmigrantes de Córdoba (APIC).
Othman (16 años) es otro de esos chicos. Llegó a la costa de Almería junto a 73 marroquíes desde Nador, a 200 kilómetros del Estrecho. "Tardamos 23 horas y cuando llegamos estuvimos sentados en la playa. Sólo teníamos frío y, sobre todo, miedo, porque aunque sabíamos que la Policía no podía controlar todo el mar llegábamos a un sitio desconocido, donde empezaba una nueva vida".
"La Policía no puede controlar todo el mar", dice Othman, de 16 años
Esa nueva vida, en el centro de menores, es muy parecida a la de "cualquier niño de aquí". Recoger la mesa o hacer su cama son algunas de sus tareas diarias. Zhora, la cocinera y para ellos la "mamá" de la casa, los ayuda en las labores de limpieza. "Le tenemos mucho respeto y cuando acabamos de hacer lo que nos pide, unos vamos a los talleres y los más pequeños al colegio",comenta Othman.
Zhora los conoce a la perfección. De origen marroquí, lleva más de 15 años en España, pero aún no tiene la nacionalidad, e intenta siempre que puede preparar platos de la tierra para ellos, como si estuvieran en familia. En la de Mohamed son más de 10 personas y todos viven juntos. Una imagen que añora al recordar que sólo puede hablar siete minutos a la semana con ellos. "Pero quería salir de allí, ayudar a mi familia, y veía España como el paraíso, que para mí es un lugar donde hay muchos árboles", añade Mohamed.
"En este centro buscamos ser una familia, para que todos se sientan arropados. No queremos un lugar con normas estrictas, como si fueran chicos peligrosos", explica Natxo Andrío, director del centro. Cada institución tiene unas características específicas que marcan el régimen de permanencia de los menores, aunque la saturación obliga a modificar la norma. Una treintena de menores llegan al mes a estas casas y "no hay forma de ubicarlos", señala Andrío. "Los chicos no pueden estar más de tres o cuatro meses en esta casa, al ser de acogida inmediata, sin embargo, el último menor que se marchó estuvo 14 meses conviviendo con nosotros", añade.
Recoger la mesa o ayudar a hacer la comida son algunas de sus tareas
Talleres por escuelas
Mohammed y Othman llevan, respectivamente, cinco y siete meses viviendo en el centro. Ambos llegaron a Córdoba tras haber trabajado durante más de dos años en los invernaderos de Almería. Una primera parada que recuerdan con mucha dureza. "Teníamos que trabajar para mandar dinero a la familia antes de entrar en un centro", relata Mohamed. "Les tenemos que formar en algo que les permita competir en el mercado de trabajo y los que llegan con 14 años no pueden entrar en el instituto porque no es la mejor salida", señala el director.
Los talleres son el mejor sustituto a la enseñanza tradicional, aunque la duración de los cursos, de tan sólo un mes o tres semanas, no les permite aprender un oficio con todos sus matices. "Yo quiero ser chapista", dice Mohamed. Ha realizado muchos más cursos: un programa de jardinería, otro de atención de personas mayores... Con 12 años, ya trabajaba en el campo, en BeniMellal, la zona rural del centro de Marruecos de donde proviene.
"Sin permiso de residencia van directamente a la calle", dice Andrío
Othman, con un español más escaso, intenta explicar también su vida en los alrededores de Casablanca. "Trabajaba de carpintero, en la pintura, en todo lo que podía". Ahora, los talleres le permiten formarse en la construcción, en el acabado de fachadas de edificios. A su corta edad no piensa en ir al cine o salir por la noche. El ocio es un plan secundario frente a la tarea de "trabajar para salir adelante".
Su objetivo es conseguir el permiso de residencia. A Mohamed le quedan menos de siete meses para cumplir los 18 años y puede que la tarjeta de residente no llegue a tiempo al ser un trámite demasiado lento en la mayoría de los casos. El director lucha con todas sus fuerzas para hacerlo posible: "Sin el permiso se convertirán en irregulares, que no tienen más oportunidad que la de volver a su país de la misma forma en la que vinieron".
"Al cumplir los 18 no hay nada que hacer. Van directamente a la calle", zanja Andrío. Mohammed sabe que es complicado encontrar un trabajo en tan poco tiempo, conseguir los papeles y ahorrar un dinero para poder irse a un piso de alquiler con otros chicos cuando salga. AOthman le quedan dos años.
Los chicos superan el periodo máximo de estancia en el centro
Al final de la tarde, los dos chicos salen a la calle a pasear. Para ellos no es lo más habitual. Mucho menos hace tres años, cuando aún estaban al otro lado del Estrecho. Ahora, a este otro lado, el rostro delgado de Othman se contiene, como si no fuese real su nueva vida.
Viajar durante 36 horas en una patera hacia la costa española es para muchos chicos de Marruecos algo absolutamente normal. "Es como ir a la estación de autobuses, todo el mundo sabe a qué hora sale la siguiente". Salir sin miedo y con mucha fuerza fue la receta que le funcionó a Mohamed cuando, con sólo 14 años, decidió emprender el viaje. Su hermano, mayor de edad, le ayudó a ahorrar los 800 euros que costaba cruzar el Estrecho. Sabían que un menor podía ingresar en un centro y obtener con el tiempo el permiso de residencia. Hoy, tres años más tarde, vive junto a otros siete chicos en un centro de menores, gestionado por la Asociación Pro Inmigrantes de Córdoba (APIC).
Othman (16 años) es otro de esos chicos. Llegó a la costa de Almería junto a 73 marroquíes desde Nador, a 200 kilómetros del Estrecho. "Tardamos 23 horas y cuando llegamos estuvimos sentados en la playa. Sólo teníamos frío y, sobre todo, miedo, porque aunque sabíamos que la Policía no podía controlar todo el mar llegábamos a un sitio desconocido, donde empezaba una nueva vida".
"La Policía no puede controlar todo el mar", dice Othman, de 16 años
Esa nueva vida, en el centro de menores, es muy parecida a la de "cualquier niño de aquí". Recoger la mesa o hacer su cama son algunas de sus tareas diarias. Zhora, la cocinera y para ellos la "mamá" de la casa, los ayuda en las labores de limpieza. "Le tenemos mucho respeto y cuando acabamos de hacer lo que nos pide, unos vamos a los talleres y los más pequeños al colegio",comenta Othman.
Zhora los conoce a la perfección. De origen marroquí, lleva más de 15 años en España, pero aún no tiene la nacionalidad, e intenta siempre que puede preparar platos de la tierra para ellos, como si estuvieran en familia. En la de Mohamed son más de 10 personas y todos viven juntos. Una imagen que añora al recordar que sólo puede hablar siete minutos a la semana con ellos. "Pero quería salir de allí, ayudar a mi familia, y veía España como el paraíso, que para mí es un lugar donde hay muchos árboles", añade Mohamed.
"En este centro buscamos ser una familia, para que todos se sientan arropados. No queremos un lugar con normas estrictas, como si fueran chicos peligrosos", explica Natxo Andrío, director del centro. Cada institución tiene unas características específicas que marcan el régimen de permanencia de los menores, aunque la saturación obliga a modificar la norma. Una treintena de menores llegan al mes a estas casas y "no hay forma de ubicarlos", señala Andrío. "Los chicos no pueden estar más de tres o cuatro meses en esta casa, al ser de acogida inmediata, sin embargo, el último menor que se marchó estuvo 14 meses conviviendo con nosotros", añade.
Recoger la mesa o ayudar a hacer la comida son algunas de sus tareas
Talleres por escuelas
Mohammed y Othman llevan, respectivamente, cinco y siete meses viviendo en el centro. Ambos llegaron a Córdoba tras haber trabajado durante más de dos años en los invernaderos de Almería. Una primera parada que recuerdan con mucha dureza. "Teníamos que trabajar para mandar dinero a la familia antes de entrar en un centro", relata Mohamed. "Les tenemos que formar en algo que les permita competir en el mercado de trabajo y los que llegan con 14 años no pueden entrar en el instituto porque no es la mejor salida", señala el director.
Los talleres son el mejor sustituto a la enseñanza tradicional, aunque la duración de los cursos, de tan sólo un mes o tres semanas, no les permite aprender un oficio con todos sus matices. "Yo quiero ser chapista", dice Mohamed. Ha realizado muchos más cursos: un programa de jardinería, otro de atención de personas mayores... Con 12 años, ya trabajaba en el campo, en BeniMellal, la zona rural del centro de Marruecos de donde proviene.
"Sin permiso de residencia van directamente a la calle", dice Andrío
Othman, con un español más escaso, intenta explicar también su vida en los alrededores de Casablanca. "Trabajaba de carpintero, en la pintura, en todo lo que podía". Ahora, los talleres le permiten formarse en la construcción, en el acabado de fachadas de edificios. A su corta edad no piensa en ir al cine o salir por la noche. El ocio es un plan secundario frente a la tarea de "trabajar para salir adelante".
Su objetivo es conseguir el permiso de residencia. A Mohamed le quedan menos de siete meses para cumplir los 18 años y puede que la tarjeta de residente no llegue a tiempo al ser un trámite demasiado lento en la mayoría de los casos. El director lucha con todas sus fuerzas para hacerlo posible: "Sin el permiso se convertirán en irregulares, que no tienen más oportunidad que la de volver a su país de la misma forma en la que vinieron".
"Al cumplir los 18 no hay nada que hacer. Van directamente a la calle", zanja Andrío. Mohammed sabe que es complicado encontrar un trabajo en tan poco tiempo, conseguir los papeles y ahorrar un dinero para poder irse a un piso de alquiler con otros chicos cuando salga. AOthman le quedan dos años.
Los chicos superan el periodo máximo de estancia en el centro
Al final de la tarde, los dos chicos salen a la calle a pasear. Para ellos no es lo más habitual. Mucho menos hace tres años, cuando aún estaban al otro lado del Estrecho. Ahora, a este otro lado, el rostro delgado de Othman se contiene, como si no fuese real su nueva vida.
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