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Como publicaba elEconomista el pasado martes, Rajoy trató en dos ocasiones con Merkel el ajuste que realizará a cambio de recibir una ayuda de 100.000 millones. Por tanto, hablar ahora de rescate inminente por el hecho de que la prima de riesgo ronde los 500 puntos parece fuera de lugar. Hace tiempo que la periferia europea no tiene el control de su destino y que los próximos años vivirá tutelada por sus vecinos del norte.
Tampoco conviene olvidar que las pocas reformas del actual Gobierno fueron hechas poco menos que a punta de pistola, es decir, que estuvieron motivadas por el ultimátum de Alemania ante la reacción del mercado tras el primer rescate de Grecia.
Así las cosas, puede decirse que Grecia solicitó el rescate cuando su prima llegó a 500 puntos, que Portugal lo hizo en los 517 y que Irlanda no resistió más al llegar a los 544. Pero el caso de Italia, con un riesgo país que actualmente supera los 550 puntos, es particular y marca un cambio de paradigma en la Eurozona porque los rescates tal y como los hemos conocido han pasado a la historia.
Ahora se lleva la disciplina impuesta desde Berlín y los gobiernos tecnócratas encargados de ejecutar las reformas. Los países a rescatar, Italia y España, son demasiado grandes y hay que buscar fórmulas alternativas y definitivas a la vista de los fracasos cosechados con países mucho más pequeños.
Hablar de rescates no es más que una forma de ganar tiempo mientras se resuelve la pregunta clave: ¿quién va a comprar la deuda española o italiana? La austeridad y los recortes no son la medicina definitiva y Europa sigue necesitando acuerdos y soluciones imposibles de alcanzar en un puñado de meses.
Así las cosas, ya no puede hablarse de rescates de países. Sólo queda hablar del gran rescate de la zona euro por parte de Alemania. O lo que es lo mismo, que a cambio de una disciplina infinita y una mayor integración y cesión de soberanía, el BCE entre en escena comprando deuda o que se invente cualquier mecanismo similar. Eso sí será un rescate.
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-Diario de un indignado
La Otra Orilla.
Héctor Manuel Delgado Fernández
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