La reintroducción en cadena de los controles fronterizos en varios países de Europa empieza a arrojar dudas sobre el futuro del espacio Schengen. Alemania, Austria, Eslovaquia y Holanda son algunos de los países que han respondido con esta drástica medida al alud de refugiados que está recibiendo Europa a raíz de las guerras que atenazan a Oriente Medio. Una avalancha humana que está poniendo contra las cuerdas al Viejo Continente, pero que, sobre todo, deja en evidencia su incapacidad para responder de un modo unitario y coordinado a esta crisis humanitaria.
Desde siempre, la libre circulación de ciudadanos y mercancías dentro de las fronteras de la Unión Europea se ha considerado como una de las más importantes conquistas alcanzadas por Europa. Sin embargo, la actual oleada migratoria plantea serios retos y hay quien se pregunta, incluso, si los últimos acontecimientos podrían conducir al fin de tan celebrado acuerdo.
Lo cierto es que ésta no es la primera vez que el espacio Schengen se ve amenazado. En 2011, Dinamarca ya generó un fuerte revuelo en Bruselas tras restablecer de manera unilateral los controles con Suecia y Alemania. Impulsada por el Partido Popular Danés, de corte euroescéptico y contrario a la inmigración, la medida solo duró unos pocos meses, pero sirvió para dar un primer toque de atención. Ese mismo año y también con la inmigración de fondo, la Francia de Sarkozy optaba por resucitar los controles en su frontera con Italia con el objetivo de frenar la llegada de inmigrantes tunecinos que escapaban del conflicto que por aquel entonces atravesaba su país.
Sin embargo, el nuevo cierre de fronteras decretado ahora por varios países en una especie de efecto dominó y en distintos puntos de Europa no tiene precedentes. Es la primera vez que ocurre algo semejante.
Hungría representa la cara más severa, con la construcción de una valla más sólida y la imposición de penas de cárcel a los refugiados que traten de entrar en el país de forma ilegal. Aunque su posición es solo una más de las barreras que los distintos países de la Unión están levantando para frenar a los migrantes. Unos obstáculos que, a falta de una política común, surgen de manera desordenada, como a salto de mata.
Tras llenar de esperanza a miles de refugiados al anunciar que acogería a todos los sirios que llegaran al país sin importar por dónde habían entrado en la UE, Alemania se ha visto obligada a dar marcha atrás. Este fin de semana suspendió una parte del tráfico ferroviario y reinstauró los controles en su frontera con Austria. Una decisión que fue rápidamente imitada por este país vecino, así como por Holanda, Eslovaquia y Finlandia.
Al cuadro se suma la falta de consenso entre los miembros de la Unión, que todavía no han logrado cerrar un acuerdo en torno a un sistema de cuotas obligatorias para repartirse el flujo de refugiados entre ellos. Debilidad, desunión, ausencia de liderazgo. La imagen que emerge del club no es la más deseable y muchos expertos coinciden en resaltar la posibilidad de que no solo Schengen, sino el experimento europeo entero, acabe muriendo.
La amenaza está ahí. Sin embargo, otros consideran que la situación se acabará desencallando. Es el pronóstico que ofrece Pol Morillas, investigador principal sobre temas europeos del Barcelona Centre for Internacional Affairs (CIDOB). “Salvando las distancias, existe cierto paralelismo entre la crisis griega y la actual crisis de los refugiados”, explica. “En las negociaciones sobre la situación económica de Atenas, siempre se hablaba de la posible salida del euro de Grecia y el golpe que esto podía llegar a suponer para toda la zona euro. Y, en cierto modo, con Schengen está pasando lo mismo. Cada vez más, se habla de la posibilidad de que esta crisis acabe con la libre circulación, uno de los mecanismos de cooperación más elementales y esenciales para entender lo que es Europa”, explica este académico en declaraciones a El Confidencial.
Un refugiado sirio trata de mantenerse a flote con su bebé tras un naufragio cuando se dirigían a la isla de Lesbos (Reuters).Un refugiado sirio trata de mantenerse a flote con su bebé tras un naufragio cuando se dirigían a la isla de Lesbos (Reuters).
En su opinión, sin embargo, hablar del fin de Schengen es “ir demasiado lejos”, sobre todo por las consecuencias que un escenario semejante tendría a nivel político. “Nadie en Europa quiere que se le recuerde por haber acabado con uno de los pilares básicos de la Unión. Por esto, antes de liquidar Schengen, se llegará a un acuerdo”.
Morillas recuerda que, si la situación se observa con perspectiva, ya se han dado algunos pasos hacia adelante. “Si nos remontamos al mes de junio, la primera propuesta presentada por Juncker fue rechazada de plano, mientras que ahora, la segunda propuesta presentada hace dos días ha sido apoyada por países como España o Portugal que antes se oponían”.
El bloque duro sigue estando en el Este, con naciones como Polonia, Rumanía, Eslovaquia o Hungría enrocadas contra las cuotas. La próxima reunión, prevista para el próximo 8 de octubre, hace que haya tiempo para negociar. Puede que el acuerdo final no sea tan ambicioso y tenga menor calado que el original. Pero Morillas y, como él, otros observadores, confían en que se acabará alcanzando.
Igual que con el euro, lo que esta crisis ha dejado claro es que el espacio Schengen está mal diseñado y que para arreglarlo, lo que hace falta es una política de asilo común, que contemple, entre otras cosas, la necesidad de conceder visados humanitarios legales a los refugiados y evitar así que se expongan al abuso de las mafias.
via -elconfidencial
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