Ante la inmigración, solidaridad, nunca compasión

Ante el fenómeno de la inmigración es muy frecuente abordar las primeras contingencias de la llegada desde una postura de compasión. A veces, esta situación se prolonga en el tiempo, ya que el inmigrante siempre es nuevo, se mueve de una zona a otra buscándose la vida, trabajo, vivienda, reagrupación, etcétera.

Por consiguiente, la mirada compasiva también se prolonga. En la escuela, puesto que ésta es una célula social más, las cosas no suelen ser muy diferentes, y en este planteamiento se pueden apreciar no pocos errores:

1. La compasión atenta contra la dignidad humana, porque la mayoría de las veces se ejerce sólo desde una parte, la que da, que ignora la voluntad y el deseo del que recibe. Rara vez se le pregunta si quiere recibir aquello que le ofrecemos.

2. La compasión, con mucha frecuencia, suele ocultar posturas muy egocéntricas: la necesidad de sentirnos buenos dando lo que nos sobra. Seguimos ignorando al otro.

3. Como consecuencia de los dos puntos anteriores, la compasión produce segregación, porque jamás tiene en cuenta al otro.

En lugar de compasión, solidaridad. Son dos conceptos diferentes: el primero conlleva exclusión, el segundo incluye al otro sujeto en un proyecto común.

Desde esta perspectiva, la educación queda afectada significativamente en cuanto:

Los profesionales que trabajamos en este campo necesitamos formación, la cual no pasa sólo por cuestiones de recursos, métodos y técnicas, sino por la capacidad de "salir de nuestro cuarto", de entender que existen otras vidas, otras culturas, y que son tan importantes como la nuestra. Esto conlleva una ética personal y profesional bastante sólida.

En los centros educativos que escolarizan niños inmigrantes hay que trabajar elementos de sus culturas. Hay que investigar y darlos a conocer en el ámbito escolar y comunitario, la escuela no es un cortijo cerrado. El conocimiento de otras realidades culturales nos lleva a actuar de una forma más pacífica, más humana, más solidaria. Para convivir hay que conocerse, porque el desconocimiento cuando no genera deseo de aprender genera desconfianza, en ambas partes, y porque la presentación de los valores y los elementos culturales propios por parte del inmigrante le refuerza su categoría de ser humano socializado, miembro de un grupo social poseedor de un capital simbólico compartido, y eso le sienta bien a cualquiera.

La paz hay que trabajarla desde la cultura, y este es el planteamiento que intento poner como base de mi trabajo como maestra de niños inmigrantes.

Hay que olvidar las posturas compasivas, por las razones ya expuestas, y empezar a trabajar la responsabilidad y el compromiso. A nadie se le puede pedir que dé lo que no tiene, pero sí que se responsabilice y se comprometa en lo que le corresponde y hasta donde pueda. Esto nos adentra en el campo de los derechos y deberes de todo ciudadano. Al fin y al cabo su ejercicio es el que nos da carta de ciudadanía, un derecho del que ningún ser humano debe carecer. Para concluir esta reflexión quiero resumirla en tres puntos básicos a trabajar: solidaridad, conocimiento y responsabilidad.

JOSEFA ESTEPA MARTIN.

MAESTRA DE ADAPTACION LING ISTICA

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