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Llegaron a principios de siglo, irrumpiendo en los barrios con sus bazares, relegando y enterrando bajo tierra a los conocidos «Todo a 100» regentados por españoles. Con sigilo, bienes sustitutivos de peor calidad, precios baratos y miles de horas de trabajo a sus espaldas han ido ampliando su oferta, abriendo todo tipo de comercios y ganando terreno físico en la región. Una década después, los pequeños empresarios españoles se echan las manos a la cabeza por lo que ellos consideran «una invasión» de los ciudadanos del gigante asiático a base de «competencia desleal». Con sus negocios agonizantes, los nacionales consideran que lo que antes era preocupación por la reducción de sus ingresos ahora se ha convertido en terror por la «muerte inminente» de su fuente de ingresos. Es la opinión que se recoge en zonas como Usera y Lavapiés, donde la mayúscula presencia de comercios chinos pone en jaque la continuidad de «los de toda la vida».
La cuestión es que ahora, el negocio chino muda su piel. Como indica Miguel Ángel Galán, vicepresidente de la Federación de Empresarios de Madrid (Fedecam): «Están especializándose en todo y están mejorando su calidad. En 50 años, los chinos de hace una década vamos a ser nosotros. No podemos hacerles competencia y el pequeño comercio español tiende a desaparecer».
«Como refleja el dicho español: renovarse o morir. Cada vez somos más profesionales, tenemos más estudios y estamos subiendo los gastos de fabricación para dar un producto mejor», alega Hong Guang Yu Gao, vicepresidente de la Asociación de Chinos en España y primer representante chino de la Cámara de Comercio en Madrid.
Lo cierto es que la metamorfosis del mercadeo de estos ciudadanos es bien acogida por los españoles. «En sus tiendas de ropa encuentras productos que tienen en el grupo Inditex a menor precio. Están muy bien», señala una mujer a su salida de un establecimiento de Mulaya. Esta tienda, convertida en una franquicia asiática, ocupa en menos de dos años las principales vías de algunos municipios de Madrid y se extiende más allá de las fronteras de la región. Con escaparates mimados y ropa similar a la que se encuentra en la Gran Vía, es conocida entre comerciantes y compradores españoles como el Zara chino.
A la caza del patrón
«Copian nuestros productos. A veces aparecen con cámaras de fotos y toman instantáneas de los escaparates. Es más, como mucha ropa se encarga a China, se quedan con los patrones y los utilizan para sus locales», protesta una empresaria del Triángulo de la Moda de la plaza de Tirso de Molina. La misma indica que mantienen el negocio «porque somos unos románticos. Aquí sólo vienen clientes de toda la vida y los que huyen de su calidad».
En la avenida de Rafaela Ybarra (Usera), una mujer que regenta una tienda textil de oportunidades desde 1986 indica que sus ventas han caído desde la colonización de los chinos en la zona un 20%. Se ha visto obligada a bajar los precios, pero ni con esas reactiva su negocio.
«Españoles apátridas»
«El problema es por la gente española, que es apátrida totalmente. Lo único que le importa es el precio. Aquí ha venido gente que se ha asomado por la puerta y como ha visto que no era china se ha ido», comenta desde su local cercano a la calle de Dolores Barranco, una de las vías con más número y variedad de establecimientos chinos de Madrid. Peluquerías, restaurantes, librerías, videoclubs, floristerías, tiendas de electrónica, bazares, hipermercados, agencias de viajes, de moda, de bodas, alimentación, fruterías y bisutería forman el centenar de negocios dominados por asiáticos en esta calle y sus aledañas. Aunque el tráfico de clientes españoles no es muy constante en estos parajes chinos, algún que otro pensionista se deja caer por su imperio. Una octogenaria trata de explicar a un trabajador chino que quiere los tomates menos duros en la frutería instalada en el número 1 de Dolores Barranco. «Les compro porque venden más barato», indica a la salida.
Réplica con sabor a veneno
En esta vía de Usera sobreviven muy pocos establecimientos de españoles. Los que lo hacen comentan que los chinos les «fisgonean» para vender su mismo producto, aunque de peor calidad. «El otro día me vino una clienta a comprarme una goma para una olla exprés y me comentó que la anterior que tenía de los chinos hacía que la comida le supiera a veneno».
El vicepresidente de Fedecam argumenta que los chinos tienen ganada la batalla. Entre otras cosas porque el cliente español acepta la mala calidad del producto que se le vende: «Lo que importa es el precio, y ahora con la crisis más. Como se sabe que el chino no responde por su producto, si se rompe, no pasa nada, se compra otro en el chino de nuevo y punto».
En la calle Duque de Alba de Madrid, la dueña de la zapatería Calzados Ayllón, un negocio familiar que surgió en la zona antes de la Guerra Civil, informa de que en la zona, los chinos «se están cargando todo el barrio. Subsisto porque ofrezco calzado de piel, no lo que venden ellos». La misma, al igual que otra decena de empresarios españoles del lugar, no entienden cómo proliferan los negocios asiáticos. «Siempre están vacíos y pagan alquileres altísimos». Entre 4.000 y 9.000 euros, en función del barrio. Además, critican que no se les realice las mismas inspecciones que al resto, cuestión que secunda el segundo de Fedecam: «No pedimos más inspecciones, sino que hagan las mismas que a los españoles. Incumplen la normativa vigente, entre otras cosas, por el tipo de producto que venden y porque echan más horas de las permitidas, e incluso trabajan menores».
La crisis, una oportunidad
El vicepresidente de la Asociación de Comercios Chinos es claro: «Cada uno tiene la decisión de llevar la empresa como quiera. Trabajamos mucho más, pero en horarios que no lo hacen los españoles. Es una estrategia». Él mismo apunta que en los dos últimos años están viniendo muchos chinos para montar su negocio: «Es buena época para comprar, ya que está más barato por la crisis». Como dice el proverbio chino: sin tigres en el monte, el mono es el rey.
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