En Argentina ser descendientes de inmigrantes siempre fue una muy buena carta de presentación. Es lógico, la cultura del trabajo hizo raíz y permitió materializar los mejores sueños.
Ser extranjero en Argentina siempre fue una buena carta de presentación, excepto que uno fuera boliviano, paraguayo, chileno o peruano. Este aspecto casi xenófobo debería despertar mayor atención, porque Argentina sí es un país racista en este punto.
No es casual que los inmigrantes que provienen de los países limítrofes a la Argentina, llegan para intentar mejorar su condición de vida. Son casi siempre económicas las causas que los obliga a abandonar sus hogares. Pero ni bien ingresan a la Argentina, padecen una serie de injusticias que los termina arrojando a la ilegalidad, justamente para ser luego explotados como mano de obra barata o esclava.
Argentina no tiene tantos casos de ingreso clandestino, que sería cuando un extranjero ingresa al país eludiendo los controles fronterizos y de migración. No hay los “espaldas mojadas” mejicanos que ingresan a Estados Unidos cruzando clandestinamente la frontera.
La mayoría de los ilegales en el país ingresaron legalmente al territorio. Lo que pasa es que primero lo hacen como turistas y luego se quedan trabajando sin las autorizaciones correspondientes, justamente para favorecer su explotación. Los hacen ilegales para explotarlos mejor.
Hay que tener en cuenta que la inmigración limítrofe forma parte de un complejo proceso que vincula, a veces de manera explosiva, a dos actores que no son indiferentes: los propios inmigrantes y un Estado que ira para otro lado en el mercado laboral y poco se esfuerza en el plano educativo y cultural para cambiar los rasgos de discriminación de la propia sociedad.
Ni qué hablar de los patronímicos que generan estigmas como “bolita”, “paragua” o tantos otros que configuran una clara expresión discriminadora, con mayor o menor virulencia.
Pero es indudable que se requiere repensar seriamente las relaciones con el otro. No es posible que algo que ha distinguido a los argentinos, el tener los brazos abiertos para el extranjero y el sentirlo como algo propio, no se logre expresar con la misma magnitud cuando se trata de hermanos que provienen de países limítrofes.
Europa, tan desmemoriada y tan injusta, ha tenido grandes desprecios por los latinoamericanos, especialmente España con los argentinos. Algo que indigna, justamente por la falta de memoria. Que Argentina no haga lo mismo con los paisanos que llegan cruzando la frontera en busca de mejores horizontes.
Ser extranjero en Argentina siempre fue una buena carta de presentación, excepto que uno fuera boliviano, paraguayo, chileno o peruano. Este aspecto casi xenófobo debería despertar mayor atención, porque Argentina sí es un país racista en este punto.
No es casual que los inmigrantes que provienen de los países limítrofes a la Argentina, llegan para intentar mejorar su condición de vida. Son casi siempre económicas las causas que los obliga a abandonar sus hogares. Pero ni bien ingresan a la Argentina, padecen una serie de injusticias que los termina arrojando a la ilegalidad, justamente para ser luego explotados como mano de obra barata o esclava.
Argentina no tiene tantos casos de ingreso clandestino, que sería cuando un extranjero ingresa al país eludiendo los controles fronterizos y de migración. No hay los “espaldas mojadas” mejicanos que ingresan a Estados Unidos cruzando clandestinamente la frontera.
La mayoría de los ilegales en el país ingresaron legalmente al territorio. Lo que pasa es que primero lo hacen como turistas y luego se quedan trabajando sin las autorizaciones correspondientes, justamente para favorecer su explotación. Los hacen ilegales para explotarlos mejor.
Hay que tener en cuenta que la inmigración limítrofe forma parte de un complejo proceso que vincula, a veces de manera explosiva, a dos actores que no son indiferentes: los propios inmigrantes y un Estado que ira para otro lado en el mercado laboral y poco se esfuerza en el plano educativo y cultural para cambiar los rasgos de discriminación de la propia sociedad.
Ni qué hablar de los patronímicos que generan estigmas como “bolita”, “paragua” o tantos otros que configuran una clara expresión discriminadora, con mayor o menor virulencia.
Pero es indudable que se requiere repensar seriamente las relaciones con el otro. No es posible que algo que ha distinguido a los argentinos, el tener los brazos abiertos para el extranjero y el sentirlo como algo propio, no se logre expresar con la misma magnitud cuando se trata de hermanos que provienen de países limítrofes.
Europa, tan desmemoriada y tan injusta, ha tenido grandes desprecios por los latinoamericanos, especialmente España con los argentinos. Algo que indigna, justamente por la falta de memoria. Que Argentina no haga lo mismo con los paisanos que llegan cruzando la frontera en busca de mejores horizontes.
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