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Nuria Belén sobrevive en España ajena al delirio que sufren sus padres; insensible a la soledad de su familia, que no exige clemencia, sino justicia; e incapaz de compartir la impotencia contenida de su progenitor, Eduardo Cachago, tras recibir su 'sentencia de muerte': la notificación en la que le advierten que el tiempo atrás para desahuciarle ha comenzado.
Es cuestión de días, quizá de meses. Pero Cachago y su familia tendrán que abandonar su piso de La Elipa, en Madrid. El mismo que adquirió porque le aseguraron que era la hucha más fiable para el día en que le tocara pensar en el retorno. “Si ahora pagas 700 euros de alquiler, pagarás 800 de hipoteca. Cuando quieras regresar a Ecuador, tú vendes el piso, y te vas con 30 millones en el bolsillo”.
Los 'engatusadores' fueron los trabajadores de las inmobiliarias que cercaban la obra en la que trabajaba. “En la misma calle había tres”. Hambrientos por cazar a nuevos clientes, día sí día también le acosaban (a él y a sus compatriotas) a la hora del bocadillo, tras la comida, en pleno café. Siempre con la misma canción: “Ven, que tengo una cosa para ti…”. Los ecuatorianos se convirtieron en una presa fácil de cazar: un inmigrante que habla el mismo idioma no buscará un asesor que le traduzca los papeles que la inmobiliaria le ha entregado.
Harto de oír la misma cantinela, un día se paró a escuchar a su vendedor de humo, con tan mala suerte que firmó la soga que ahora le está ahogando. “15 días después vino a enseñarme mi piso. El que yo había firmado que iba a comprar”.
Un mes después se vio sentado con un notario y tres inmigrantes más, sus avales, en una sucursal de Caja Madrid. “Si no tienes avales, no te preocupes, nosotros te los encontramos”, le contestaron al confirmar que no tiene familia aquí que pueda ayudarle. Llamaron a dos amigos suyos, que él mismo les facilitó el teléfono, aunque no le dijeron para qué, y cerraron operaciones avaladas de forma cruzada. Él mismo entregó su nómina (de sueldo bajo y por obra, no indefinido), y una hoja en la que una señora afirmaba que la esposa de Cachago trabajaba para ella y ganaba 450 euros al mes haciendo “servicios de limpieza”.
Cuando la crisis acabó con miles de contratos en el sector de la construcción y la hostelería, Cachago y casi todos sus compatriotas se quedaron en paro y acudieron a cuentagotas a su banco para entregar las llaves de su vivienda y liquidar así la deuda. El mayor enredo viene a la hora de que en España, a diferencia que en Ecuador, la deuda no se salda al entregar las llaves. Hay que cubrir la cantidad prestada completa. Y si la tasación actual no es tan alta como el día que adquirieron la vivienda, la diferencia la paga el comprador. Como pueda.
Los bancos cobrarán, cueste lo que les cueste
Iván Cisneros, economista de la Coordinadora Nacional de Ecuatorianos en España (Conadee), es el salvador de los miles de paisanos que acuden a su centro en busca de asesoramiento. Al hablar del problema hipotecario de los ecuatorianos en España, entremezcla todos y cada uno de los dramas personales que ha escuchado y sentido. Cisneros se queja de que las autoridades bancarias no den su brazo a torcer y sólo quieran cobrar, cueste lo que les cueste.
Cachago ha sufrido en sus propias carnes amenazas por parte de Caja Madrid desde diciembre de 2009, el último mes que pudo pagar los 1.700 euros de hipoteca después de estar casi dos años en paro. “Mi piso sólo cubre 138.000 de los 263.300 euros que supuestamente todavía debo, pero no me han saldado los más de 40.00 euros que he pagado durante seis años”, cuenta a este diario. Tiene que hacer frente al valor de la compra venta, no de la transacción hipotecaria.
Desde entonces, una voz al otro lado del teléfono le avisa a diario de que, cuando le echen de su piso, embargarán su sueldo (cuando lo tenga), además del de su mujer, que le ayudó asumiendo parte de la hipoteca para, después, embargar también a los amigos que les avalaron.
Cisneros trasladó estas inquietudes al embajador de Ecuador en España, Galo Alfredo Chiriboga, que se reunió con autoridades del Banco de España sin consensuar una solución. Son los ecuatorianos los que han hecho frente común y ahora buscan alternativas a esta sentencia de muerte para poder regresar a su país de origen con dignidad. “Estamos iniciando procesos judiciales contra los que nos estafaron. Porque todo este entramado lo liaron las inmobiliarias compinchadas con los bancos”. Mientras tanto, Cachago no sabe todavía qué hará el día que le echen de su casa. “Acamparé a las puertas de Caja Madrid. ¿No tiene una obra social? A ver si hace algo con nosotros, además de mandarnos a tíos con corbata para que nos roben todo nuestro dinero y el de nuestros amigos”.
Nuria Belén sobrevive en España ajena al delirio que sufren sus padres; insensible a la soledad de su familia, que no exige clemencia, sino justicia; e incapaz de compartir la impotencia contenida de su progenitor, Eduardo Cachago, tras recibir su 'sentencia de muerte': la notificación en la que le advierten que el tiempo atrás para desahuciarle ha comenzado.
Es cuestión de días, quizá de meses. Pero Cachago y su familia tendrán que abandonar su piso de La Elipa, en Madrid. El mismo que adquirió porque le aseguraron que era la hucha más fiable para el día en que le tocara pensar en el retorno. “Si ahora pagas 700 euros de alquiler, pagarás 800 de hipoteca. Cuando quieras regresar a Ecuador, tú vendes el piso, y te vas con 30 millones en el bolsillo”.
Los 'engatusadores' fueron los trabajadores de las inmobiliarias que cercaban la obra en la que trabajaba. “En la misma calle había tres”. Hambrientos por cazar a nuevos clientes, día sí día también le acosaban (a él y a sus compatriotas) a la hora del bocadillo, tras la comida, en pleno café. Siempre con la misma canción: “Ven, que tengo una cosa para ti…”. Los ecuatorianos se convirtieron en una presa fácil de cazar: un inmigrante que habla el mismo idioma no buscará un asesor que le traduzca los papeles que la inmobiliaria le ha entregado.
Harto de oír la misma cantinela, un día se paró a escuchar a su vendedor de humo, con tan mala suerte que firmó la soga que ahora le está ahogando. “15 días después vino a enseñarme mi piso. El que yo había firmado que iba a comprar”.
Un mes después se vio sentado con un notario y tres inmigrantes más, sus avales, en una sucursal de Caja Madrid. “Si no tienes avales, no te preocupes, nosotros te los encontramos”, le contestaron al confirmar que no tiene familia aquí que pueda ayudarle. Llamaron a dos amigos suyos, que él mismo les facilitó el teléfono, aunque no le dijeron para qué, y cerraron operaciones avaladas de forma cruzada. Él mismo entregó su nómina (de sueldo bajo y por obra, no indefinido), y una hoja en la que una señora afirmaba que la esposa de Cachago trabajaba para ella y ganaba 450 euros al mes haciendo “servicios de limpieza”.
Cuando la crisis acabó con miles de contratos en el sector de la construcción y la hostelería, Cachago y casi todos sus compatriotas se quedaron en paro y acudieron a cuentagotas a su banco para entregar las llaves de su vivienda y liquidar así la deuda. El mayor enredo viene a la hora de que en España, a diferencia que en Ecuador, la deuda no se salda al entregar las llaves. Hay que cubrir la cantidad prestada completa. Y si la tasación actual no es tan alta como el día que adquirieron la vivienda, la diferencia la paga el comprador. Como pueda.
Los bancos cobrarán, cueste lo que les cueste
Iván Cisneros, economista de la Coordinadora Nacional de Ecuatorianos en España (Conadee), es el salvador de los miles de paisanos que acuden a su centro en busca de asesoramiento. Al hablar del problema hipotecario de los ecuatorianos en España, entremezcla todos y cada uno de los dramas personales que ha escuchado y sentido. Cisneros se queja de que las autoridades bancarias no den su brazo a torcer y sólo quieran cobrar, cueste lo que les cueste.
Cachago ha sufrido en sus propias carnes amenazas por parte de Caja Madrid desde diciembre de 2009, el último mes que pudo pagar los 1.700 euros de hipoteca después de estar casi dos años en paro. “Mi piso sólo cubre 138.000 de los 263.300 euros que supuestamente todavía debo, pero no me han saldado los más de 40.00 euros que he pagado durante seis años”, cuenta a este diario. Tiene que hacer frente al valor de la compra venta, no de la transacción hipotecaria.
Desde entonces, una voz al otro lado del teléfono le avisa a diario de que, cuando le echen de su piso, embargarán su sueldo (cuando lo tenga), además del de su mujer, que le ayudó asumiendo parte de la hipoteca para, después, embargar también a los amigos que les avalaron.
Cisneros trasladó estas inquietudes al embajador de Ecuador en España, Galo Alfredo Chiriboga, que se reunió con autoridades del Banco de España sin consensuar una solución. Son los ecuatorianos los que han hecho frente común y ahora buscan alternativas a esta sentencia de muerte para poder regresar a su país de origen con dignidad. “Estamos iniciando procesos judiciales contra los que nos estafaron. Porque todo este entramado lo liaron las inmobiliarias compinchadas con los bancos”. Mientras tanto, Cachago no sabe todavía qué hará el día que le echen de su casa. “Acamparé a las puertas de Caja Madrid. ¿No tiene una obra social? A ver si hace algo con nosotros, además de mandarnos a tíos con corbata para que nos roben todo nuestro dinero y el de nuestros amigos”.
1 Comentarios
La gente vive por encima de sus posibilidades, y la compra de un piso es una de las adquisicioanes más importantes en la vida de una persona, por lo que hay que pensarselo y mucho.
Y en eso, no hay distinción entre nacionalidades. Lo digo, porque tal y como se ha contado la historia, parece que estemos ante un pobrecito inmigrante al que se le ha engañado, cuando quien le ha engañado realmente ha sido él mismo.