¿Me hubieran parado esa tarde de haber tenido el cabello claro, los ojos color piscina y la nariz respingona? Yo mismo me respondo, y estoy seguro de que acierto: no. Desde luego, llegué a la conclusión de que tener rasgos opuestos a los mencionados, piel, ojos y cabello oscuros, como los míos, son criterios válidos para que los policías españoles detengan a cualquiera que ande por la calle y le exijan sus documentos.
Puede que esa orden no esté impresa en sus manuales, pero debe ser parte de una tradición oral que cada cierto tiempo es reforzada en tono de exigencia. Especulo.
No hallo otra razón para que dos agentes me siguieran en coche durante 30 metros, se detuvieran y me preguntaran por mi pasaporte.
Ironías de la vida, o de Madrid, a mi llegada me recomendaron no portar el documento. "Cuestión de supervivencia, hay muchos ladrones que babean por un pasaporte", me alertaron. Es probable que, cuando los amables agentes me preguntaban por mi vida, en otro lado de esta bella ciudad hubiera carteristas puliendo su oficio. En el tiempo que llevo, ya he visto a una chica a la que le robaron todos sus documentos.
Mantuve la calma durante el interrogatorio. Empezó con gestos adustos y una voz firme que buscaba ser intimidante. "¿De dónde eres? De Lima, Perú. ¿Qué haces en España? Gané una beca, trabajo y estudio. ¿Hasta cuándo te quedas? Hasta el 6 de agosto. ¿Y a qué te dedicas? Soy periodista, hago una pasantía en un diario [Público]. ¿Y qué haces por este barrio? Camino, voy a casa de un primo, me esperan para almorzar. ¿De dónde vienes? Del piso que he alquilado".
Cuando esperaba más preguntas, el policía que conducía el coche hizo una seña a su colega para que me dejara ir. Que porte el pasaporte, ni las fotocopias sirven, me dijo. ¿Y si me lo roban? Hay que andar con cuidado, me pueden llevar a la comisaría.
Me siguieron media calle más y se fueron. Tengo una anécdota ácida que contar a mi regreso: en España puedes ser un delincuente sólo por cómo te ves.
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