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En España se sufre la crisis con mayor intensidad porque lleva 30 años de retraso económico respecto a los países europeos. Hay mucha gente que sobra y que debe perder toda esperanza de un empleo. Ésa es la síntesis del discurso rotundo del economista Santiago Niño.
ANDRÉS MONTES ALICANTE
La fortaleza de ánimo es indispensable para asistir a una conferencia de Santiago Niño Becerra (Barcelona 1951). Este economista, catedrático de Estructura Económica en la muy jesuítica Universidad Ramón Llull de Barcelona, ha hecho fortuna poniéndolo más que negro y en su exposición apenas hay atisbo de que algo vaya a mejor. La crisis, de la que no cabe buscar culpables, no ha hecho más que empezar y se prolongará hasta el 2020. En España la sufrimos con mayor intensidad porque acumulamos treinta años de retraso económico respecto a los países europeos que mejor resisten el descalabro y alcanzaremos el 30 por ciento de paro. Hay mucha gente que sobra y que debe perder toda esperanza de un empleo. Ésa es la síntesis de su discurso rotundo, cincelado en numerosas intervenciones públicas y sobre el que ha construido su libro "El crack de 2010".
Usted se ha consagrado como un gurú de la catástrofe económica.
Empecé a ver que las cosas no iban bien al ver la evolución de la deuda privada. En 1996, la deuda privada en España suponía el 65 por ciento del producto interior bruto (PIB) mientras que en 2005 alcanzaba el 230 por ciento. A partir de aquí comencé a investigar. Es cuando te das cuenta de que en España se habían construido 800.000 viviendas, lo que era totalmente insostenible. A partir de aquí advertí de lo que se avecinaba. ¿Por qué lo dije? Porque no tengo ninguna cortapisa política. No fui el único, estoy convencido de que lo vio más gente. La prueba está en que Julio Segura avisó ya en 2006 de que el modelo español era insostenible. Es imposible que una familia tenga que dedicar el 65 por ciento de su renta a pagar la vivienda, y eso en España pasaba.
Usted habla de una crisis sistémica profunda, con un horizonte de recuperación en 2020. Esto va para largo.
Históricamente se demuestra que las crisis sistémicas, las crisis que implican un cambio de modelo, duran entre ocho y doce años. Es algo constatado. Pasó en la crisis de 1870, en la del veintinueve... ¿Cuál es la diferencia entre esta crisis y las del pasado? Nosotros hemos tenido una serie de precrisis, que van del año 2007 al 2010, en las que se han hecho cosas, porque de crisis anteriores se sabía algo sobre cómo afrontarlas y se pusieron algunos elementos amortiguadores como, por ejemplo, el "plan E". Pero estas medidas se han agotado. Lo peor empieza ahora. En 2010 se produce el "crash", se asume que es imposible volver a lo de antes, y en 2011 empezamos a tener la percepción de que ha llegado lo peor. Ahora ya no quedan ni planes E ni amortiguaciones, no hay nada en el armario. El otoño y el invierno van a ser realmente terribles.
Podemos decir entonces que medidas que han tenido un gran coste social y político, como la reforma laboral, no han servido para nada.
No nos confundamos. La reforma laboral se vendió con el argumento de que iba a reducirse la tasa de temporalidad y, al final, se iba a generar empleo. Pero el objetivo real era reducir los costes laborales y ahí ha funcionado muy bien. Ahora, hacia donde vamos es a hacernos más pequeños todos los países. Habrá una caída del PIB, de la ocupación... Todas estas medidas que se han tomado fueron para amortiguar la caída. Por ejemplo: si en España el "plan E" no hubiera existido, el descalabro sería mayor y el 25 por ciento de desempleo ya lo tendríamos en 2008. Mi pregunta es: ¿ha valido la pena colocar a España en un déficit del 11,2 por ciento para alargar dos años más esta situación? Pienso que no. Claro que yo esta pregunta la estoy haciendo desde el presente y en el pasado aquello se hizo porque no se podía hacer otra cosa, porque la dinámica histórica apuntaba a esas soluciones. En el año treinta, Hoover empezó a gastar cantidades monstruosas de dinero en Estados Unidos para reactivar la economía. No lo consiguió porque no realizó reformas. Roosevelt gastó más dinero todavía e hizo algunas reformas y la economía comenzó a crecer. En cuanto dejó de gastar dinero, como el marco seguía siendo el mismo, se produjo otra caída en 1937. Ahora ocurre lo mismo porque la crisis del veintinueve y la actual son prácticamente idénticas.
Serán idénticas, pero de una a otra aprendimos poco o nada.
Somos humanos, no sé si los ángeles harán las cosas de otra manera. Eso de que el humano es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra creo que no es cierto. Las piedras son distintas. Aprendimos de la gran depresión, pero hemos vuelto a caer en algo que es muy parecido, pero no idéntico.
Pese a haber desmenuzado la crisis del veintinueve, no hay acuerdo sobre las recetas que podemos extraer de aquel desastre económico. Por ejemplo, el "Príncipe de Asturias" y premio Nobel, Paul Krugman, que no es nada sospechoso de rojo, mantiene que no hay que centrarse en el déficit y que lo que tenemos que atajar es el paro.
Mantenía Krugman, junto con Stiglitz y otros, argumentaban, hasta hace tres meses, que la solución era gastar mucho más. Sostenían que sí que se había gastado pero que no se salía de la crisis porque había que gastar muchísimo más y que la inflación daba igual y el déficit más igual todavía. Esto es absurdo porque el problema consiste en que hay una escasez de recursos, hemos estado malgastando recursos. En esa línea argumental, ¿cuál sería la salida para España? ¿Hacer 1.600.000 viviendas al año? ¿Dar más crédito a la gente? Evidentemente, no. La prueba la tenemos en que el señor Krugman ya ha cambiado de opinión, ya no sigue diciendo eso. Y Stiglitz lo dice, pero no se oye. (En un artículo publicado la pasada semana, Paul Krugman insiste en que "el déficit que tenemos en estos momentos -el que debemos tener, porque los déficit en tiempos de crisis ayudan a sostener a una economía deprimida- no supone una amenaza. Y por culpa de la obsesión por una amenaza inexistente, Washington ha hecho mucho más grande el problema real: el desempleo masivo, que corroe los cimientos de nuestra nación").
Lo que sí dice Krugman es que lo que estamos viendo ahora es lo que ocurre cuando la gente influyente, en lugar de resolver la crisis, se aprovecha de ella.
Eso siempre ha sido así. Hubo gente que de la Gran Depresión salió más rica de lo que entró. Ahí está la famosa frase de Rothschild: "Hay que comprar cuando la sangre corre por las calles". Hay gente que se beneficia porque el sistema está hecho por humanos. La diferencia es que el concepto de grupo, la colaboración, va a tener a partir de ahora una mayor importancia. Teniendo en cuenta que nos enfrentamos a una falta de recursos, creo que hay conceptos que cambiarán de forma sustancial. Por ejemplo, el transporte individual, cada persona un coche, se va a acabar porque es un despilfarro. La solución consiste en movernos muchísimo menos, desarrollando el teletrabajo y el transporte colectivo. Cambiamos el modelo. ¿Y qué pasará con los que trabajan en las plantas automovilísticas? Pues no lo sé.
Usted está convencido de que muchos de quienes ahora están en la lista del paro, y que usted pronostica que alcanzará el 30 por ciento, son mano de obra irrecuperable, no van a volver a trabajar con regularidad. ¿Qué hacemos con ellos?
En los "think tank", ésos a los que les pagan por pensar, ya no se habla de paro, sino de paro estructural. El concepto de paro, tal como lo hemos entendido nosotros, como población desocupada sobre población activa, está dejando de ser considerado porque va a haber muchísima población desocupada, habrá muchísima población que no va a ser necesaria. El paro estructural es esa gente que nunca va a ser empleada porque nunca va a ser necesaria. En España se manejan, para después de que todo esto pase, niveles de paro estructural de entre el 14 y el 18 por ciento. Junto a ellos habrá un 20 por ciento que trabajará ochenta horas al mes y el resto tendrá contratos temporales más o menos continuados o a tiempo parcial. Pero habrá un elevado porcentaje de gente que estará subsidiada y no trabajará, habrá eso que llaman subsidio de subsistencia, la cantidad que se dará a la gente para que sobreviva. Esto ocurre porque la productividad tiende a dispararse.
Usted también apunta a que la productividad, en España, se sustenta sobre una mano de obra intensiva y barata, lo que no resulta muy recomendable.
La gente tiende a confundir coste con precio, y productividad con coste. Hoy en día es competitivo el que tiene una alta productividad. Para ello no hay que estrujar al trabajador y pagarle poco, hay que arbitrar bienes o servicios con un alto valor añadido y una gran dotación de capital. Necesitamos gente muy preparada y pagarle muy bien; pero, eso sí, muy poca gente. Eso convierte a cualquier empresa en altamente competitiva porque es altamente productiva y puede ajustar sus precios al mercado. ¿Cómo va a competir España con Marruecos en costes salariales?
Esa insuficiencia de capital es casi una constante histórica en España.
Porque la empresa española produce bienes de bajo valor añadido. Por ejemplo, teniendo en cuenta los zapatos que fabrica España, robotizar esa producción resultaría carísimo, salvo que una sola empresa produjera millones de zapatos. Como la mano de obra que se necesita para fabricar esos bienes es barata y con bajo valor añadido, no resulta rentable capitalizar la empresa.
Esas insuficiencias de capital nos lo pone más crudo que a otros ante el futuro.
En España hay empresas muy capitalizadas y con alta tecnología y elevada productividad. Son muy pocas, pero serán las que tengan expectativas de futuro. Y de ahí derivarán las grandes diferencias no ya entre regiones, sino entre el territorios de la propia región. Decimos que Euskadi es muy rica, pero lo que ocurre es que algunas zonas de Euskadi son muy ricas frente a otras que tienen un bajísimo desarrollo. ¿Cuantas zonas industriales de gran potencial hay en España? Muy pocas. ¿Cuántas hay en Dinamarca? Muchísimas más. Y eso es lo que marca la diferencia. A mayor abundamiento: España tiene cerca de 47 millones de habitantes. Eso es una exageración, sobramos.
¿La reforma de la Constitución para limitar el déficit público conjura el fantasma de la intervención?
España ya está intervenida. Todos los países están intervenidos. Hace dos años, cuando el señor Ackerman, del Deutsche Bank, vino a hablar con Zapatero ¿a qué vino? En el momento en que España está en el euro, el Gobierno español tiene una capacidad de maniobra limitada. ¿Por qué el Banco Central Europeo está comprando deuda pública española? Esa intervención ya existe. Lo que ocurre es que ante la inminencia de las elecciones y con la coyuntura actual alguien habrá dicho: "Poned esto en la Constitución", para que quede.
En este contexto, la capacidad de decisión política se ha volatilizado, lo que es tanto como decir que las elecciones no traen mucha esperanza de cambio más allá de lo retórico.
Ganará el PP por mayoría absoluta, por goleada, gobernará y hará lo que le digan y a tirar para delante.
¿Y usted a qué atribuye que los ricos españoles no se apunten a eso de pedir que les suban los impuestos?
Primero, porque los ricos españoles, excepto dos o tres como Amancio Ortega, son mucho menos ricos que los de fuera. Segundo, porque estoy convencido de que en los paraísos fiscales tienen mucho más los ricos de fuera que los ricos españoles. De todas maneras, yo creo que se han equivocado y tendrían que haberse subido a ese carro, aunque sólo sea por una cuestión de imagen. Pero no tiene mayor importancia ni supone un gran incremento recaudatorio.
En España se sufre la crisis con mayor intensidad porque lleva 30 años de retraso económico respecto a los países europeos. Hay mucha gente que sobra y que debe perder toda esperanza de un empleo. Ésa es la síntesis del discurso rotundo del economista Santiago Niño.
ANDRÉS MONTES ALICANTE
La fortaleza de ánimo es indispensable para asistir a una conferencia de Santiago Niño Becerra (Barcelona 1951). Este economista, catedrático de Estructura Económica en la muy jesuítica Universidad Ramón Llull de Barcelona, ha hecho fortuna poniéndolo más que negro y en su exposición apenas hay atisbo de que algo vaya a mejor. La crisis, de la que no cabe buscar culpables, no ha hecho más que empezar y se prolongará hasta el 2020. En España la sufrimos con mayor intensidad porque acumulamos treinta años de retraso económico respecto a los países europeos que mejor resisten el descalabro y alcanzaremos el 30 por ciento de paro. Hay mucha gente que sobra y que debe perder toda esperanza de un empleo. Ésa es la síntesis de su discurso rotundo, cincelado en numerosas intervenciones públicas y sobre el que ha construido su libro "El crack de 2010".
Usted se ha consagrado como un gurú de la catástrofe económica.
Empecé a ver que las cosas no iban bien al ver la evolución de la deuda privada. En 1996, la deuda privada en España suponía el 65 por ciento del producto interior bruto (PIB) mientras que en 2005 alcanzaba el 230 por ciento. A partir de aquí comencé a investigar. Es cuando te das cuenta de que en España se habían construido 800.000 viviendas, lo que era totalmente insostenible. A partir de aquí advertí de lo que se avecinaba. ¿Por qué lo dije? Porque no tengo ninguna cortapisa política. No fui el único, estoy convencido de que lo vio más gente. La prueba está en que Julio Segura avisó ya en 2006 de que el modelo español era insostenible. Es imposible que una familia tenga que dedicar el 65 por ciento de su renta a pagar la vivienda, y eso en España pasaba.
Usted habla de una crisis sistémica profunda, con un horizonte de recuperación en 2020. Esto va para largo.
Históricamente se demuestra que las crisis sistémicas, las crisis que implican un cambio de modelo, duran entre ocho y doce años. Es algo constatado. Pasó en la crisis de 1870, en la del veintinueve... ¿Cuál es la diferencia entre esta crisis y las del pasado? Nosotros hemos tenido una serie de precrisis, que van del año 2007 al 2010, en las que se han hecho cosas, porque de crisis anteriores se sabía algo sobre cómo afrontarlas y se pusieron algunos elementos amortiguadores como, por ejemplo, el "plan E". Pero estas medidas se han agotado. Lo peor empieza ahora. En 2010 se produce el "crash", se asume que es imposible volver a lo de antes, y en 2011 empezamos a tener la percepción de que ha llegado lo peor. Ahora ya no quedan ni planes E ni amortiguaciones, no hay nada en el armario. El otoño y el invierno van a ser realmente terribles.
Podemos decir entonces que medidas que han tenido un gran coste social y político, como la reforma laboral, no han servido para nada.
No nos confundamos. La reforma laboral se vendió con el argumento de que iba a reducirse la tasa de temporalidad y, al final, se iba a generar empleo. Pero el objetivo real era reducir los costes laborales y ahí ha funcionado muy bien. Ahora, hacia donde vamos es a hacernos más pequeños todos los países. Habrá una caída del PIB, de la ocupación... Todas estas medidas que se han tomado fueron para amortiguar la caída. Por ejemplo: si en España el "plan E" no hubiera existido, el descalabro sería mayor y el 25 por ciento de desempleo ya lo tendríamos en 2008. Mi pregunta es: ¿ha valido la pena colocar a España en un déficit del 11,2 por ciento para alargar dos años más esta situación? Pienso que no. Claro que yo esta pregunta la estoy haciendo desde el presente y en el pasado aquello se hizo porque no se podía hacer otra cosa, porque la dinámica histórica apuntaba a esas soluciones. En el año treinta, Hoover empezó a gastar cantidades monstruosas de dinero en Estados Unidos para reactivar la economía. No lo consiguió porque no realizó reformas. Roosevelt gastó más dinero todavía e hizo algunas reformas y la economía comenzó a crecer. En cuanto dejó de gastar dinero, como el marco seguía siendo el mismo, se produjo otra caída en 1937. Ahora ocurre lo mismo porque la crisis del veintinueve y la actual son prácticamente idénticas.
Serán idénticas, pero de una a otra aprendimos poco o nada.
Somos humanos, no sé si los ángeles harán las cosas de otra manera. Eso de que el humano es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra creo que no es cierto. Las piedras son distintas. Aprendimos de la gran depresión, pero hemos vuelto a caer en algo que es muy parecido, pero no idéntico.
Pese a haber desmenuzado la crisis del veintinueve, no hay acuerdo sobre las recetas que podemos extraer de aquel desastre económico. Por ejemplo, el "Príncipe de Asturias" y premio Nobel, Paul Krugman, que no es nada sospechoso de rojo, mantiene que no hay que centrarse en el déficit y que lo que tenemos que atajar es el paro.
Mantenía Krugman, junto con Stiglitz y otros, argumentaban, hasta hace tres meses, que la solución era gastar mucho más. Sostenían que sí que se había gastado pero que no se salía de la crisis porque había que gastar muchísimo más y que la inflación daba igual y el déficit más igual todavía. Esto es absurdo porque el problema consiste en que hay una escasez de recursos, hemos estado malgastando recursos. En esa línea argumental, ¿cuál sería la salida para España? ¿Hacer 1.600.000 viviendas al año? ¿Dar más crédito a la gente? Evidentemente, no. La prueba la tenemos en que el señor Krugman ya ha cambiado de opinión, ya no sigue diciendo eso. Y Stiglitz lo dice, pero no se oye. (En un artículo publicado la pasada semana, Paul Krugman insiste en que "el déficit que tenemos en estos momentos -el que debemos tener, porque los déficit en tiempos de crisis ayudan a sostener a una economía deprimida- no supone una amenaza. Y por culpa de la obsesión por una amenaza inexistente, Washington ha hecho mucho más grande el problema real: el desempleo masivo, que corroe los cimientos de nuestra nación").
Lo que sí dice Krugman es que lo que estamos viendo ahora es lo que ocurre cuando la gente influyente, en lugar de resolver la crisis, se aprovecha de ella.
Eso siempre ha sido así. Hubo gente que de la Gran Depresión salió más rica de lo que entró. Ahí está la famosa frase de Rothschild: "Hay que comprar cuando la sangre corre por las calles". Hay gente que se beneficia porque el sistema está hecho por humanos. La diferencia es que el concepto de grupo, la colaboración, va a tener a partir de ahora una mayor importancia. Teniendo en cuenta que nos enfrentamos a una falta de recursos, creo que hay conceptos que cambiarán de forma sustancial. Por ejemplo, el transporte individual, cada persona un coche, se va a acabar porque es un despilfarro. La solución consiste en movernos muchísimo menos, desarrollando el teletrabajo y el transporte colectivo. Cambiamos el modelo. ¿Y qué pasará con los que trabajan en las plantas automovilísticas? Pues no lo sé.
Usted está convencido de que muchos de quienes ahora están en la lista del paro, y que usted pronostica que alcanzará el 30 por ciento, son mano de obra irrecuperable, no van a volver a trabajar con regularidad. ¿Qué hacemos con ellos?
En los "think tank", ésos a los que les pagan por pensar, ya no se habla de paro, sino de paro estructural. El concepto de paro, tal como lo hemos entendido nosotros, como población desocupada sobre población activa, está dejando de ser considerado porque va a haber muchísima población desocupada, habrá muchísima población que no va a ser necesaria. El paro estructural es esa gente que nunca va a ser empleada porque nunca va a ser necesaria. En España se manejan, para después de que todo esto pase, niveles de paro estructural de entre el 14 y el 18 por ciento. Junto a ellos habrá un 20 por ciento que trabajará ochenta horas al mes y el resto tendrá contratos temporales más o menos continuados o a tiempo parcial. Pero habrá un elevado porcentaje de gente que estará subsidiada y no trabajará, habrá eso que llaman subsidio de subsistencia, la cantidad que se dará a la gente para que sobreviva. Esto ocurre porque la productividad tiende a dispararse.
Usted también apunta a que la productividad, en España, se sustenta sobre una mano de obra intensiva y barata, lo que no resulta muy recomendable.
La gente tiende a confundir coste con precio, y productividad con coste. Hoy en día es competitivo el que tiene una alta productividad. Para ello no hay que estrujar al trabajador y pagarle poco, hay que arbitrar bienes o servicios con un alto valor añadido y una gran dotación de capital. Necesitamos gente muy preparada y pagarle muy bien; pero, eso sí, muy poca gente. Eso convierte a cualquier empresa en altamente competitiva porque es altamente productiva y puede ajustar sus precios al mercado. ¿Cómo va a competir España con Marruecos en costes salariales?
Esa insuficiencia de capital es casi una constante histórica en España.
Porque la empresa española produce bienes de bajo valor añadido. Por ejemplo, teniendo en cuenta los zapatos que fabrica España, robotizar esa producción resultaría carísimo, salvo que una sola empresa produjera millones de zapatos. Como la mano de obra que se necesita para fabricar esos bienes es barata y con bajo valor añadido, no resulta rentable capitalizar la empresa.
Esas insuficiencias de capital nos lo pone más crudo que a otros ante el futuro.
En España hay empresas muy capitalizadas y con alta tecnología y elevada productividad. Son muy pocas, pero serán las que tengan expectativas de futuro. Y de ahí derivarán las grandes diferencias no ya entre regiones, sino entre el territorios de la propia región. Decimos que Euskadi es muy rica, pero lo que ocurre es que algunas zonas de Euskadi son muy ricas frente a otras que tienen un bajísimo desarrollo. ¿Cuantas zonas industriales de gran potencial hay en España? Muy pocas. ¿Cuántas hay en Dinamarca? Muchísimas más. Y eso es lo que marca la diferencia. A mayor abundamiento: España tiene cerca de 47 millones de habitantes. Eso es una exageración, sobramos.
¿La reforma de la Constitución para limitar el déficit público conjura el fantasma de la intervención?
España ya está intervenida. Todos los países están intervenidos. Hace dos años, cuando el señor Ackerman, del Deutsche Bank, vino a hablar con Zapatero ¿a qué vino? En el momento en que España está en el euro, el Gobierno español tiene una capacidad de maniobra limitada. ¿Por qué el Banco Central Europeo está comprando deuda pública española? Esa intervención ya existe. Lo que ocurre es que ante la inminencia de las elecciones y con la coyuntura actual alguien habrá dicho: "Poned esto en la Constitución", para que quede.
En este contexto, la capacidad de decisión política se ha volatilizado, lo que es tanto como decir que las elecciones no traen mucha esperanza de cambio más allá de lo retórico.
Ganará el PP por mayoría absoluta, por goleada, gobernará y hará lo que le digan y a tirar para delante.
¿Y usted a qué atribuye que los ricos españoles no se apunten a eso de pedir que les suban los impuestos?
Primero, porque los ricos españoles, excepto dos o tres como Amancio Ortega, son mucho menos ricos que los de fuera. Segundo, porque estoy convencido de que en los paraísos fiscales tienen mucho más los ricos de fuera que los ricos españoles. De todas maneras, yo creo que se han equivocado y tendrían que haberse subido a ese carro, aunque sólo sea por una cuestión de imagen. Pero no tiene mayor importancia ni supone un gran incremento recaudatorio.
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