El sistema capitalista tiende a igualar los salarios con la productividad. Porque lo que explica los salarios es el valor descontado de la productividad marginal. Pero también tiende a borrar las diferencias en productividad que no dependan exclusivamente de la capacidad de los propios trabajadores.
Hay dos procesos paralelos que cumplen esa tendencia. El primero de ellos es la migración del capital de los países ricos (es decir, de los países con mucho capital) a los países pobres (con poco capital). Hay que aclarar que la mayor parte del capital parte de países ricos y se destina a países también ricos, como es normal. Pero hay momentos históricos, y zonas del mundo, en los que los países pobres se zafan de algunos de los impedimentos institucionales a la creación de riqueza, y facilitan la llegada de capitales. Estos fondos hacen más productivo al trabajo local, que es mucho más barato, y hacen prosperar al país. Un claro ejemplo es el extremo oriente y China.
El otro proceso es el contrario. Son los trabajadores los que se desplazan desde los países pobres hacia los países ricos y de las áreas más pobres de un mismo país a las más ricas. Es la migración por motivos económicos. Este segundo proceso, que también es positivo en términos económicos, en ocasiones está asociado a problemas sociales. Ya que, así como el capital es ciego, el inmigrante llega con un conjunto de saberes, visiones, concepciones, con una cultura, que no tiene porqué ser fácilmente compatible con los valores predominantes en la sociedad de acogida. Pero esta es ya otra cuestión.
La época del gran boom, la de los préstamos a bajo interés de forma prolongada gracias a la política de tipos bajos del Banco Central Europeo favoreció esos dos procesos. Por un lado, ciertas empresas españolas crecieron sobremanera. Porque supieron aprovechar esas facilidades crediticias para adquirir otras compañías fuera y adquirir mayor tamaño. Una estrategia que no sería verdaderamente exitosa si no se acompañase, como ha ocurrido en la gran mayoría de los casos, con mejoras en la gestión, o al menos con gestiones eficaces.
También favoreció el segundo, como es ampliamente conocido. Llegaron al reclamo de los altos salarios y las muchas oportunidades que brindaba la economía española. Especialmente, claro está, en el sector inmobiliario y de la construcción. Pero no sólo en él.
Ahora llega el momento del pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Las empresas españolas, de nuevo con excepciones, mantienen sus posiciones alcanzadas años atrás, porque por lo general han sabido sacarle provecho y aumentar el valor de lo adquirido. Lo curioso es que los inmigrantes, el otro lado de este doble proceso, también se han quedado aquí. Esta es la principal conclusión del Anuario de la Inmigración en España 2011, que ha sido presentado en Madrid.
El saldo negativo de la migración ha vuelto a ser negativo. Es decir, que ha habido más inmigrantes que se han ido de los que han vuelto. Pero, según apunta el catedrático de sociología Joaquín Arango, uno de los autores del informe, ""decir que España vuelve a ser un país de emigración es ir demasiado lejos ¿Cómo va a serlo si ha acogido en poco tiempo a seis millones de personas y ha registrado una diferencia de 50.000?". Es decir, ese saldo negativo no llega ni al 1 por ciento de la población inmigrada.
Considera que es una "paradoja" que en este contexto de crisis, y con una tasa de paro del 33 por ciento entre los inmigrantes no se hayan producido "grandes estallidos sociales". Pero tiene cierta lógica. Si se quedan, hay alguna razón que les compensa. Y si no les compensase, simplemente se irían. Lo que está ocurriendo en España es que la población inmigrada está empobreciéndose, pero no por ello decide abandonar el país.
Fuente: elimparcial.es
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