La semana pasada tuvo lugar una fricción diplomática de alto nivel entre Polonia y Reino Unido. Un roce político relacionado con la inmigración que terminó como en los viejos tiempos de la era precibernética: con una llamada de David Cameron a Donald Tusk para matizar (más o menos) sus palabras y emplazarle a una serie de reuniones bilaterales para resolver estas y otras diferencias.
Reino Unido y Polonia llevan ya tiempo remando en direcciones opuestas. Lo advertía hace unos meses el casi siempre sagaz Timothy Garton Ash. Según los británicos, Polonia debería sentirse agradecida por todo lo que Reino Unido ha hecho por ellos (en el especial abrirle su mercado laboral en tiempos de Tony Blair), pero los polacos sienten que sus relaciones son cada vez más complicadas, y que los intereses de ambos países divergen mucho.
Así las cosas, hace unos días el primer ministro Cameron dijo que propondrá nuevas normas a la UE a fin de limitar el acceso de los inmigrantes a las prestaciones sociales del Reino Unido y puso a los polacos (cuya lengua ya es la segunda más hablada en Reino Unido tras el inglés) como ejemplo al hablar de la posibilidad de que se hubiera abusado de la generosidad del sistema británico de subsidios.
Unas declaraciones que cayeron como una bomba en Polonia. Donald Tusk, el primer ministro, no tardó en contestar y amenazar con vetar cualquier iniciativa dentro de la UE que vaya en contra de las libertades fundamentales en la Unión Europea (y la libre circulación de personas es una de ellas, quizá la más importante). Para Tusk, el comentario de Cameron –que refleja la posición de una buena parte del partido Tory– no es “aceptable” entre iguales.
Polonia entró en la UE en 2004, junto con otros países de la antigua órbita soviética. Ahora, las autoridades del país esperan cumplir con los requisitos para ingresar en el euro en breve, pero mientras tantos sus nacionales buscan trabajo en otros estados miembros de la UE donde los sueldos son más altos y las condiciones labores mejores. Uno de estos países es Reino Unido, cuya habitual deriva euroescéptica está transformándose en franca hostilidad.
Lo que quiere hacer Reino Unido con los polacos es lo que pretende imponer con los trabajadores rumanos y los búlgaros, que desde este pasado 1 de enero han visto como las restricciones a su libertad de movimientos que sobre ellos pesaban en algunos países de la UE –entre ellos España- han desaparecido.
Para tratar de frenar lo que las autoridades locales de la isla consideran que puede ser una “avalancha”, tajantemente negada por Bruselas y por la realidad, el Gobierno de Cameron ha tomado una serie de medidas para desincentivar (quitar derechos sociales) –suena a eufemismo, sí– la entrada de extranjeros en Reino Unido. Una medida muy criticada que afectaría en gran medida a este colectivo enorme de trabajadores polacos que llevan años y años residiendo allí.
Reino Unido y Polonia han sido tradicionalmente naciones amigas. Paradójicamente, ahora que Polonia está en la UE y recibe grandes cantidades de dinero de Bruselas, su acercamiento a Alemania y su deseo de formar parte de una Unión fuerte pesa más que su antiguo sentimiento probritánico. El asunto de la inmigración, además de una barbaridad en términos políticos que a Cameron puede costarle cara, también se debería interpretar como otro capítulo de un movimiento más de fondo.
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