Melilla y Ceuta, una incesante presión migratoria


El asalto masivo a la frontera de Ceuta que terminó con una decena de muertos y el intento de otros 1.400 inmigrantes de entrar en Melilla son una evidencia más de que la presión migratoria se mantiene constante.

En el caso de Ceuta, la inmigración irregular sigue siendo uno de los principales retos a los que se tienen que enfrentar los agentes de Policía debido a que en el entorno más próximo de la frontera se calcula que hay 1.000 subsaharianos a la espera de entrar ilegalmente en la ciudad.

Este elevado número de personas obliga a los agentes a mantener una constante atención en el entorno fronterizo, sobre todo a sabiendas de que estos inmigrantes viven ocultos en los montes próximos a la frontera en condiciones infrahumanas y a la espera de un asalto.

La orografía del terreno -con constantes pendientes- hace que los 8,2 kilómetros de perímetro fronterizo terrestre -con una doble valla a seis metros de altura- resulten muy difícil de franquear por los inmigrantes.

Presión continua

Los subsaharianos, a sabiendas de esta situación, han adoptado otros métodos de entrada en los dos últimos años: los asaltos al vallado y la navegación en pequeñas balsas de las que habitualmente se utilizan como juego en las playas.

La llegada del mal tiempo suele dejar a un lado las travesías marítimas, por lo que los asaltos en grupo se han convertido en la técnica más utilizada para intentar acceder ilegalmente al territorio nacional.

No obstante, fuentes de la Policía Nacional también han dicho a Efe que la presión es continua, sobre todo por la entrada de inmigrantes escondidos en dobles fondos de vehículos o bien con documentación falsificada en el caso de argelinos o de otras nacionalidades.

El «sueño europeo»

Melilla, pese a sus reducidas dimensiones, se ha convertido en los últimos años en una de las vías elegidas por miles de subsaharianos para hacer realidad su «sueño europeo».

En el 2005, las avalanchas de subsaharianos, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, supusieron un antes y un después, ya que la entrada en menos de un mes de unos 2.000 inmigrantes implicaron la adopción de una serie de medidas que, durante un tiempo, alejó de los 10,2 kilómetros de perímetro fronterizo a las personas que buscaban entrar en España, en definitiva, en Europa.

La valla modificó su fisonomía, algo que provocó un cambio en las mafias, que optaron por la vía atlántica, lo que disparó entonces la llegada de cayucos a las islas Canarias. Controlada esa vía de acceso, en el 2011, Melilla volvió a ser uno de los lugares elegidos como vía para entrar en territorio español, pero no a través de la valla, sino por vía marítima, en lanchas de juguete, fundamentalmente.

Aquel año, el número de inmigrantes que entró en la ciudad, casi 2.000, duplicó al contabilizado el año anterior, pero distaba mucho de los 3.245 que accedieron en la famosa crisis de las avalanchas.
El último intento, el del viernes, lo protagonizaron en distintos grupos unos 1.400 subsaharianos, según datos de la Delegación del Gobierno, una de las cifras más altas de las que se recuerdan, incluso superior a las del año de las avalanchas.

Lucha contra las mafias

Aunque son más los que lo intentan, son menos los que lo consiguen, fundamentalmente, por la ayuda de Marruecos, un socio fundamental en el control migratorio y cuyos agentes en muchas de las ocasiones evitan que los subsaharianos lleguen a tocar el vallado.

También la Guardia Civil ha redoblado esfuerzos, con un mayor número de agentes gracias al refuerzo de los módulos de intervención de los Grupos de Reserva y Seguridad (GRS), cuyos agentes son especialistas en el control de masas, a los que se suma también desde el aire un helicóptero, que ha fijado en Melilla su base permanente.

Aunque los melillenses llevan mucho tiempo oyendo sobrevolar el helicóptero, escuchar el sonido del mismo genera cierta intranquilidad, ya que los ciudadanos son conscientes de que su presencia en el cielo de la ciudad evidencia una aproximación a la valla.

La situación que vive Melilla tiene una difícil solución que no pasa por subir la altura de la valla, que alcanza los seis metros, una medida que sería únicamente de contención, pero que nunca sería definitiva. La lucha contra las mafias y la cooperación en los países de origen de los inmigrantes se antojan las únicas vías posibles para frenar la inmigración irregular, un fenómeno que se cobra la vida de muchas personas que, a la desesperada, se dejan empujar por quienes dominan el negocio del tráfico de seres humanos.
ABC.es

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