Matteo Dean
La Jornada
Entre tanta rabia desahogada en las ciudades griegas en las últimas semanas, todos nos hemos concentrado en mirar –y en ocasiones, admirar– a estos jóvenes que no se rinden y no aceptan la negación del futuro que el moribundo sistema neoliberal en Grecia y en otros lugares de este mundo trata de imponerles. Jóvenes estudiantes, pero también jóvenes precarios, trabajadores atípicos, subcontratados y muchas más definiciones para tratar de ubicar a estas rebeliones que pusieron en jaque mate al gobierno de Atenas y quitaron el sueño a los gobiernos italiano y francés –por no mencionar a los demás–, que tuvieron el miedo de un contagio continental.
Y sin embargo pocos observamos la presencia de una componente migrante en el interior de la protesta helénica. El Foro griego de las Migraciones, en un comunicado de prensa que emitió hace algunas semanas, trató de poner énfasis en la conexión entre la brutalidad policiaca y la migración. En efecto, si la revuelta griega se desata por el homicidio de un joven estudiante –afirma la organización helénica–, hay que recordar que los migrantes esa misma violencia la sufren a diario: sólo dos semanas antes del estallido griego, un ciudadano paquistaní que estaba esperando respuesta a su petición de refugio –obviamente efectuaba la espera como "huésped" de un centro de identificación y expulsión– fue asesinado por un policía a golpes. Es por eso que la red migrante que se encuentra reunida en el mencionado foro se ha dedicado a llevar a cabo manifestaciones antirracistas de manera coordinada con la protesta juvenil. Y poco importa si los medios de comunicación oficialistas hicieron de toda demostración la misma sopa: en las calles de Atenas, las demostraciones eran en contra de la brutalidad de la policía, mas también en contra de su naturaleza racista y discriminante.
Por el otro lado, sería una limitación pensar la participación migrante solamente a través de la vía institucionalizada del foro migrante griego, pues en las calles de Atenas numerosos colectivos atestiguan la presencia espontánea de grupos migrantes que de forma natural se juntaron a los jóvenes helénicos: son los hijos de migrantes, los llamados "migrantes de segunda generación", que antes que muchos otros ciudadanos griegos sufren las razones de la protesta: precariedad laboral, cerrazón frente al sistema educativo nacional, represión y discriminación, ausencia de perspectivas futuras, "boletinaje" social. De tal manera que las rebeliones en Grecia están hoy representando la complejidad de las relaciones del nuevo y hasta hace poco invisible mestizaje social. A través de la mezcla espontánea de estos dos –y muchos más en realidad– rastros de la protesta, el juvenil y el migrante, los migrantes bajan a la calle en ocasiones compactos, mas en muchos más casos mezclados y dispersos en el interior de la revuelta generalizada. Una muestra más de que las diferencias puede que residan en los orígenes individuales, y quizás de grupo de pertenencia, pero desaparecen inmediatamente frente al común destino pensado por los de arriba: el racismo es parte integrante del contexto de disciplina de la educación y de la precariedad laboral, borrando cualquier distinción entre ciudadanos y extranjeros.
La muerte del joven Alexis Grigoropoulos, estudiante de clase media, de una escuela privada, que vivía en uno de los barrios más acomodados de la capital griega, deja de ser un episodio aislado. Al contrario, los nuevos rebeldes griegos la asimilan y le asignan el mismo valor que la muerte del migrante paquistaní que peleaba por que se le reconociera el estatus de refugiado, y de todos los migrantes que a diario mueren en las difíciles fronteras helénicas.
Este aspecto queda claro al leer el comunicado emitido por la organización de migrantes albaneses. En él se lee claramente la reivindicación de esa segunda generación de migrantes que, a diferencia de sus padres, que "llegaron con la cabeza agachada a pedir un espacio en la sociedad griega", hoy se sienten parte de esa sociedad y en ella reivindican igualdad de derechos. Se asimilan a la sociedad griega y manejan el horizonte común de los migrantes de segunda generación que en años recientes se rebelaron en las calles de París. Pero al mismo tiempo, con gran agudeza, miran hacia atrás los que acaban de llegar desde "afuera" del país. No quieren ser integrados, sino que quieren existir ellos junto a los jóvenes griegos y junto a los que piden una oportunidad nueva que en su país de origen no tuvieron. Dicen: "Igualdad de derechos, en las calles, en los sueños, para todos". Y terminan su comunicado: "Estos días son también nuestros". Explican que estos días son también para todos aquellos asesinados en las fronteras griegas y europeas, en los centros de identificación y expulsión y en los centros de trabajo. Estos días, dicen, son también para Gramos Palusi, Luan Bertelina, Edison Yahai, Tony Onuoha, Abdurahim Edriz, Modaser Mohamed Ashtraf y muchos más que han sido olvidados. Son días que se deben dedicar a la violencia diaria de la policía, misma que no ha recibido castigo o respuesta alguna.
La reivindicación que la componente migrante hace de estas protestas no deja de sorprender y regresa la esperanza a quienes desde hace años auspician el protagonismo migrante como solución no única ni mejor, pero sí necesaria, para que esta sociedad en la que vivimos deje de ser multiétnica y se convierta definitivamente en una sociedad mestiza.
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